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9/2/11

Cuico. Una carroza para un solo pasajero








El golpeteo de los cascos de los negros padrillos de Don Niveloni paralizaba al desprevenido transeúnte.
Allí estaba, majestuosa desde sus bronces impecables, la carroza. Riendas blancas y la solemnidad de su conductor, Cuico, como lo llamaban todos.
Un hombre pequeño, que subido al pescante crecía como un gigante. De sombrero bombín, guantes blancos, fastuoso chaquetón negro, nos ponía con su presencia de riguroso luto, frente a lo más temido de todos: el último viaje.

En la calle Mozotegui terminaba el asfalto. Allí los caballos se ponían más nerviosos, la tierra o el barro, según las circunstancias, y la gente que se acercaba a mirar la triste caravana, con curiosidad pueblerina.

¿A quién lleva-ban?¿Cuántas berlinas acompañaban el cortejo? ¿Era de primera o segunda el entierro?

La muerte nos iguala a todos, jóvenes y viejos, sanos y enfermos, pobres y ricos. No así los rituales. Estos diferencian muy bien a la gente por su amor, su poder o… su dinero.

Los briosos animales, nos cuenta un amigo, Don Luisito Blanco, los cuidaba su padre, don Alberto Apolinaro Blanco. Todos negros, eran como treinta. Nunca se utilizaban los mismos por la mañana que por la tarde, si había dos servicios.

Minuciosamente cuidados, bañados, lustrados sus cascos, recortadas sus crines y tusada su cola.

Los aperos tachonados de bronce bruñido…

¿El entierro más grande? Posiblemente el de Don San Juan, con cuatro caballos y coches porta coronas alquilados a la Casa Vivado.
Y sí, hubo accidentes, pero solamente dos. Uno frente a la quinta “de Vinagre” cuando un camión que se le volaba la lona castigó a un caballo y éste se asustó y todo el cortejo fue a parar a la cuneta. Sin consecuencias, felizmente no volcó.

El otro, cuando en La Amarilla, un auto cruzó el cortejo y chocó contra un animal quebrándole la quijada.

Según la oportunidad, Don Cuico llevaba un acompañante, un lacayo. Otros conductores de esa época fueron: Sánchez, Rivarola, Pocho García, Angó, De Caro y Luis Blanco, entre otros.

La cochería de don Roberto Niveloni cubría los servicios desde Ezeiza hasta Lobos, Abbott, Udaondo y Uribelarrea. Cuando eran viajes largos, la carroza se desplazaba un día antes. La empresa poseía dos carruajes.

El trote bajito de los cadeneros fue relegado por los automóviles Packard y Falcon, modernos y lujosos.
Una tradición que quedó atrás. Una oportunidad única de viajar en una carroza sólo para uno, con chofer de levita y briosos caballos vestidos de gala.

Anita Pfannkuche
María Emilia Floriani

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