Vistas de página en total

EL PUEBLO DE MI PLAZA

EL PUEBLO DE MI PLAZA


La tarde se aplasta pesadamente sobre la plaza. El tráfico a su alrededor es incesante. Los semáforos apenas pueden  contener tanta ansiedad. Es la hora del regreso, del cansancio, del hastío.
Sobre el pueblo, un remolino de pájaros gira sobre los árboles,  casas y cables, se asienta y vuelve  a levantar vuelo, en una canora lucha por ubicarse en la parte más alta de la frondosa vegetación.
El forastero duda un instante antes de sentarse en el extremo   vacío  del banco, pero viendo que es el único lugar limpio y disponible, saluda con una inclinación de cabeza al hombre viejo que ocupa la otra punta y se acomoda estirando las piernas.
Faltan dos horas para la salida de su micro y a pesar del olor acre que lo rodea no se arriesgaría a  esperar de pie todo ese tiempo.
_¿Viaja usted lejos?_ Inquirió el hombre vestido de oscuras ropas raídas que denostaban   haber sido de muy buena calidad. Y sin esperar respuesta agregó:
_ ¿Quiere que lo cubra?_ y señalando   el paraguas  que llevaba abierto  sobre la cabeza aclaró: _Digo, por los pájaros_
_No, no hace falta, gracias_ respondió el forastero _Tan grave es?
_Depende de cómo se mire. Ellos_ dijo señalando con su mano flaca  de largas uñas, ambiguamente en derredor _ todo lo ven escandaloso.
_Y si  me  lo permite, voy a relatarle algo..._continuó
_ Adelante, lo escucho _respondió intrigado el  viajero.
_Hubo una época, que la plaza explotó de rosas. Los visitantes alababan  la maravilla del perfume y los colores de las delicadas plantas. La gente de aquí se sentaba a disfrutar  y las más expertas jardineras acosaban a Don Pedrolini, el cuidador,  para que les guardara gajitos de la poda..._
Dicho esto,  hizo una larga pausa, como buscando aliento. La noche avanzaba y los gorjeos y los trinos  se multiplicaban y elevaban por sobre el ruido de la ciudad, cual un canto gregoriano. Las  deyecciones comenzaron a manchar las baldosas y caían muy cerca del banco donde  estaban sentados, por lo que el joven  decidió arrimarse y cobijarse según había sido invitado.
_Parece molesto ¿verdad? _ murmuró el hombre del paraguas_ pero en la vida hay muy pocas cosas perfectas...
_ ...cuando la plaza se hallaba en su esplendor, muchos jubilados apilaban sus bicicletas y se sentaban aquí contando sus reencuentros, sus aventuras, sus jugadas de quiniela. Y ellos, ellos rezongaban. Estos viejos que nada tienen que hacer, decían,  usan la plaza como si fueran los dueños. Estos viejos afean la plaza, repetían. Es una chusma que todo lo sabe, que todo lo ve.  Y bueno,  los viejos se fueron...
_¿Adonde? _ inquirió el joven.
_ Para no volver, amigo. De a uno, de a dos. También  nuestro apreciado párroco. Nos abandonaron para siempre...
_ Lo siento, no quise traerle malos recuerdos_ susurró el muchacho.
_No importa...  ha habido  más crueles, más dolorosos. Hace mucho   tiempo  un joven soñando ser héroe perdió su vida  bajo estos árboles, y  otro,  ahogando sus sueños en vino se durmió para siempre  allí, detrás del monumento a la madre, y lo arrullaron y   velaron estos mismos pájaros. ¿Y ellos? Ellos hablaron,  gritaron, lloraron, pero nada se pudo hacer. Bueno, sí. Algo han hecho.
_¿Se acuerda cuando los niños  tenían la costumbre de  circular con patines y bicicletas corriendo carreras por los senderos? También   les molestaban los niños. De manera que se les habilitó  otra plaza, con su calle circundante para que jugaran ahí y no chocaran ni alborotaran  a nadie... pero después de un tiempo, no funcionó más_
_¿Y los niños?_
_Se encerraron solos en los cyber respirando humo y jugando a la guerra como adultos._
_Y los pájaros... siempre fueron tantos?_
_¿Cómo tantos? ¿Cómo cuenta usted los pájaros?. Son libres, son el símbolo de la libertad,  van y vienen sin fronteras. Nos regalan sus dones, sus trinos, traen de lejos sus livianos plumajes y anidan con amor donde son cobijados._
_ Sabe usted _ prosiguió_ que ese pino es un retoño del  árbol que  dio su generosa sombra  a San Martín,  en San Lorenzo? Está vivo y tiene en cada rama pequeños bribones que este invierno aprenderán a volar.
Como aquellos que hasta hace poco se sentaban en los bancos a horcajadas, con los pies en el asiento  y las risas y los romances entre revuelo de guardapolvos. También les molestaban   a ellos los pies sobre los bancos. Y los besos de los jóvenes. Y los huevazos  en época de fin de clases.
_Disculpe que le interrumpa: ¿Qué me dice de los  pájaros negros?_ se atrevió a preguntar el muchacho.
_ Los pájaros negros. Son los que llevaron el mensaje más triste del mundo, y ese día nadie lo comprendió. Entraron, con la excusa de un festejo con bombas, a la iglesia. Tejieron con sus vuelos un manto  de pena sobre las cabezas de los fieles, y para quienes fueron  sensibles,  recibieron   la triste noticia de la muerte del más grande,  una semana antes...
_¿Dice usted que fue un presagio?_
-No. Sólo digo que ya lo sabían_ sentenció_
_ Tengo entendido que en otros pueblos ha sucedido algo parecido_ comentó el joven.
_ Si, y para ahuyentarlos cortaron las ramas, troncharon  los árboles y las plazas lucieron limpias... y mutiladas.
_Amigo, gracias por el relato y el paraguas, mi viaje  se aproxima, pero me ha quedado una duda: ¿Quiénes son ellos?_
Los  censores, joven, los censores. Gente común, como usted, como él... gente,  del pueblo de mi plaza. Que tenga un muy buen viaje, y que esta  historia  le ayude a no parecerse nunca a ellos._
Las últimas palabras se le estrangularon en la garganta. Ahogadas, impotentes, doloridas. La noche había adormecido  los sonidos. Apenas  se oía  el murmullo de cientos de piares pequeñitos   en las ramas. El  viejo se levantó, cerró su paraguas, ajustó su ropa, estiró su  cuello, y con un aleteo, levantó vuelo.

Anita Pfannkuche

Este cuento ha sido  premiado en el género Narrativa en el certamen de Cañuelas a la Provincia  en homenaje a la Poeta Alicia Sherer.