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CASCARIELES PINTADOS

Cascarieles Pintados
publicado en la Antología del  Bicentenario. Cañuelas 2011

En  este cuento  intento  hacerlos partícipes de  la  historia de  doce cascarieles(*)  que vivían ocultos detrás de las máscaras  de  cemento que rematan las pilastras   de  la vieja  casona  del Estrada.
Deben saber que soy  una de las  tantas  personas que  no creen  si no ven...
Y no los vi mientras cursé la secundaria, ni  aún cuando trabajé en el lugar.   Sólo los descubrí, y por casualidad,  después de casi   treinta años de pasar una y otra vez por el lugar.
Los cascarieles de este relato  parecen  querubines sin  blancas alas y tienen aspecto de niños. Sus  rostros angelicales hacen un mohín apenas visible, tal vez sepultando un beso, tal vez mudos testigos, nos miren sin ver.
Sin embargo, su apariencia sólo es un disfraz. No deben confundirnos. Ellos son guardianes de las almas que alguna vez  respiraron en el antiguo edifico de la escuela.
Para relatarles esta historia, tuve que nombrarlos arbitrariamente, siguiendo el abecedario.
O  quizás no. Tal vez  me  susurraron sus nombres y pude atraparlos en el papel.
Abril...                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   
Abril es quien  repite y guarda celosamente   el sonido memorable del ras, ras, ras de la soga en la roldana al izar la bandera entre el murmullo somnoliento  del alumnado. El mismo que ante la inminente  entrada al aula en los exámenes trimestrales,  transformaba ese inocente  ras, ras,   en una sierra que cortaba el aliento. 
Una época hubo  en que se cantaba la canción  Aurora,  y Abril la fue acallando, guardándola en su alforja con tristeza...  era un tiempo de mucha pena y represión y los jóvenes...   no tenían ganas de cantar.
Benito...
Benito jugaba con los profesores de matemáticas. Movía los signos de las igualdades de números racionales que el profesor Pedro Guzzetti  se proponía  enseñar, los dilataba, los superponía con  los juegos de mente con los que  el Ingeniero  César Raffo  asombraba todos los lunes. También murmuraba  a las niñas palabras de amor que las enamoraba de los entonces jóvenes profesores de ciencias exactas, tan serios y tenaces con sus logaritmos y ecuaciones.
Casual
Casual  abrió  sus manos y juntó todas las lágrimas que derramó mi queridísima amiga Matilde Galián   un primero de julio con la muerte del General, y los cambió  por silencios, pegatinas  y comentarios inaudibles de los más valientes y comprometidos compañeros. Causal también se ciñó un blanco pañuelo  y con los dedos apretados de bronca, dolor y piedad acompañó la búsqueda peregrina y doliente de mi otra amiga, María Luján.
Dorian
Dorian agitó sus cascabeles  en cada despedida de  egresados con emoción,  robándoles para su música un pedacito de alma, que suena y suena sobre las tejas gastadas y las verdes canaletas.. En cada remolino sobre el piso de ladrillo recuerda un banco con iniciales talladas, una  lapicera perdida para siempre debajo de las maderas carcomidas del piso de los salones chicos. Revive el momento de una  calificación que nunca debió ser menor que cuatro. Relee una carta que costó muchas reprimendas  pero que fue el grito de libertad no comprendido de una adolescente que quería un mundo más justo.

Enrio
Es  el quinto de los cascarieles y  es minusválido. Es diferente, no puede tocar, acariciar, no maneja sus manos. Pero tiene una capacidad  mayor que los demás: es infinitamente perceptivo.
Sabe exactamente cuándo alguien necesita amor o consuelo, ayuda o silencio.
Busca la lágrimas disimuladas  de quien abandona las aulas para dejar paso a los más jóvenes. Retiene los sueños de los artistas  que bajo la máscara de serios profesores cabalgan sus pinceles sobre la tela imaginaria en medio de forzadas perspectivas y azuladas caligrafías. Enrio, se regocija  cuando algún artista del aerosol, con la inocencia de los años,  da forma a sus sentimientos  en las paredes recién pintadas. El arte no tiene límites, ni edades, ni medios. Lleva de un lugar a otro  los bemoles y sostenidos de la señora Haydee Martínez y  los transporta a un instrumento que vibra  en las manos de  un artista cañuelense  algún tiempo después...
From, Giusti,  Help, Igor y Julién
Ellos recorren cada noche los libros de actas,  los ficheros,  los archivos.  Logran que por la mañana  Mabel recuerde los cinco años que compartió su banco con Alicia.... y que sin saber porqué Luisa Lasalle  y Betty Barreto rememoren  el sabor del té que traía  Elba, la portera (en las horribles tazas amarillas) y que compartían con la señora  Maraury.
Nelly Vilas y Haydee  Di Leo por la magia de los cascarieles vuelven por un instante a llenar interminables planillas en la pequeña  sala de  dirección que dirigieron  Doña Rosa Galicia de Raffo, el profesor  Héctor Durante y la Profesora Nelia Mazzoleni, respirando aromas a madera encerada y café negro. Retacitos de vida que mezclados, barajados,  tejen y terminan historias de amigos y no tantos.
Y  un día, mejor dicho una luminosa mañana  a la salida  del sol, hace muy poco tiempo,  con un revuelo  semejante a la capa invisible del viento que esconde  las hojas del otoño en un rincón, pude verlos.
Ahí estaban.
Kaos y su compañero Lapislázuli, encargados de golosinas, dulces y palmeritas   del quiosco de las recordadas  Ceferina  y Rogelia, fueron los últimos en acomodarse. Volvían  a su sitio, dejando tras de sí un surco de estrellas.
Algo molestos tal vez por haber sido descubiertos,  sus caritas arrugadas simulaban un  gran enojo.
Enojo por mostrar  sus redondeces expuestas y blanqueadas con la brocha.
Enojo y envidia por sus  dos  hermanos  que segregados,  discriminados, quedaron amputados de la limpieza  de una mano  de cal, ocultos por  la sombra de los paraísos... desde  la  última fachada  de la “Casa tomada”.


(*) Cascarieles: apodo dado sumando las palabras cascar y rielar.

Anita Pfannkuche