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26/1/21

Historia de Carlota

 

Historia de Carlota

Vivo con mi mamá, Kevin, mi pequeño hermano y nuestro padrastro, en Máximo Paz Oeste. Mi nombre es Juan. El barrio donde tenemos la casita es humilde, de gente trabajadora. Todos nos conocemos y está ubicado entre las vías del tren y el arroyo Cañuelas. Es el mes de junio del año dos mil cuatro.

Llueve desde hace tres días.  En las puertas están las bolsas de arena, por si se viene el agua. Todas   las pertenencias se levantaron sobre sillas, estantes y ropero.

No puedo ayudar. Estoy enyesado en el tobillo derecho. Cosas del futbol. Tampoco pude salir en la semana a juntar cartones con el carrito tirado por la Carlota.

La yegua está por parir y es peligroso andar por el barro. Mucho esfuerzo para el animal   y    además, la gente usa los cartones para los pisos en los días feos.

Esta noche no llueve. Pero algo no está bien.

El silencio es aplastante, de a ratos un grito lejano lo desgarra y luego, la nada.

El agua del arroyo, silenciosa, que se enrosca en remolinos serpentinos, avasallando, cubriéndolo todo aparece, de pronto, debajo de las camas...

El cauce nos sorprende desbordándose, extendiendo sus mil brazos por casas, calles y surcos, golpeando en sí mismo su furia. Lleva en su cresta astillas, ramaje y el bicherío que pugna por salvarse trepando, arañando, en muda y oscura lucha. Y en inmundo acople con los pozos ciegos, lava los fangos de los gallineros, los chiqueros y las zanjas.

Me cargan en brazos y voy, junto a Kevin a la casa de los abuelos. Al menos ellos agregaron a la casilla una pieza de material. -Es más segura- dice la mami.

Al amanecer, parados en la cama, miramos por la ventana. El agua es marrón. Un manto furioso, rebelde, insano, que todo lo toma, lo envuelve, lo ahoga.

Todo lo muerto, lo deja flotando, inerte, abandonado en los canteros los cercos y las púas.

La abuela, agarrándose de donde puede con un palo, va al gallinero. De allí regresa con los ojos llenos de lágrimas y algunos huevos en los bolsillos del delantal.

Habla bajito con el abuelo. -La colorada que estaba empollando no está, Tanguito el gallo tampoco. Ni un conejo, ni un pollito. Todo se lo llevó. Sólo quedan dos o tres gallinas viejas que subieron a los palos - Solloza bajito.

Abu, pregunto… ¿Y la Carlota?

-No sé, Juan, no la vi_ contesta serio el abuelo. No jodas, pibe, hay muchos problemas. Cuidá a tu hermano-

 

Miríadas de insectos en su trajín por sobrevivir tapizan los techos, los troncos de los árboles   y pugnan por entrar por las ventanas a buscar calor.  Se pegan unos a otros en marañas confundidas desprendiéndose a veces por su mismo peso e ingresando otra vez al torrente para acometer con urgencia, contra algo seco y seguro.

Pienso en Carlota. Nadie la vio. Es fuerte, habrá buscado refugio. Le puse ese nombre por Carlitos. El nueve de Boca, mi ídolo. Cuando la encontré abandonada en la quema estaba flaquita, lastimada. Me costó mucho tiempo sanarla, llevarla a comer pastitos suaves. Hasta el forrajero colaboró con alimento. Y José, el veterinario, viendo mi dedicación por ella también me ayudó con los ungüentos. Pero con esa panzota…

A la noche, hay un silencio de muerte quebrado por el burbujeo constante y el canto monocorde de las ranas. También algunas voces lejanas que la superficie líquida trae sin reconocer su origen.

Las velas y la vigilia constante, con el mate que pasa de mano en mano. Escucho pocas palabras, alguna que otra conjetura sobre el tiempo y el constate e inquieto ir y venir hacia la puerta y la medición del agua.

Al segundo día, los bomberos pasan desde el terraplén con una soga, alimentos y ropa seca.

Preguntan si queremos evacuarnos. - ¡No! - grita el abuelo -gracias, estamos bien-

Dos días más. Y sale el sol.

Todos los adultos están ocupados. Se secan acolchados, sacos, zapatillas y almohadas. Enjuagando y retorciendo ropa, enjuagando y secando lágrimas.

Avanza el olor nauseabundo, animales muertos, trapos podridos. Mi angustia es cada vez más grande.

Cuando me sacan el yeso, una semana   después, camino y camino. Golpeo las manos en cada casa, en cada tranquera, preguntando por Carlota. Todos me acarician   la cabeza y me dicen:  paciencia, pibe.

Una tarde, cuando ya estoy entregado a la pena enorme de haberla perdido -porque nada me importa tanto, ni la pelota, ni las zapas, ni la mochila, ni siquiera la tele quemada- escucho una algarabía en la puerta. –¡Juan! ¡Juan!-  te buscan.

-Es tuyo- me dicen -La mamá no resistió- y me dejan un potrillito envuelto en una cobija, pura pata huesuda, y una botella   de leche con un guante en la punta.

A los diez años me convierto en una persona responsable, con un gran dolor en mi alma y un tesoro entre mis brazos. Por supuesto, lo llamo Carlitos.

 

Autor: Ana Pfannkuche

DNI:5867876

Municipio Cañuelas

Categoría: Literatura

Modalidad: Cuento

Primer premio etapa local

1/7/13

JAULAS, TRINOS Y CUIDADOS


Jaulas, trinos y cuidados.
 
En esta nota vamos a hablar de los pajaritos  que viven  en las jaulas, que son y han sido  mascotas queridas  y muy cuidadas por sus dueños.
Sin ánimo de controversia, porque  al informarnos sobre este tema nos encontramos con  opiniones terminantes, agresivas y  enojosas sobre  los animalitos entre rejas.
Sólo  intentamos  a hacer una reseña de la moda  o  costumbre de casi la mayoría de los inmigrantes de tener un canario, jilguero o loro en su casa.
Recuerdo haber visto desde chica el cuidado de  las señoras para con los canarios.
Colocaban a la hembrita en una jaula y al machito en otra. Los ponían cerca, y ellos comenzaban su  “enamoramiento”. A los pocos días, en la misma jaula, pero separados por una rejilla, se pasaban comida y tiritas de hilo sisal, ramitas muy blancas, vellón suave con el que comenzaban  a preparar el nido.
Al  ponerlos juntos, la señora les agregaba suplemento  en las comidas. El  nidito  era colgado desde afuera, para no quitarle espacio de vuelo y movimiento  dentro de su hábitat.
Un tiempo, hasta que nacieran y se criaran sus hijuelos, estos pequeños alados disponían de un departamento  (jaulita, digamos) propio.
Cada día, al levantarse, la patrona con el mate aún en la mano se dirigía al jaulón. Su primera tarea eran los pajaritos. Los hablaba, entraba en la jaula, limpiaba,  colocaba agua fresca, comida, huevos duros frescos, pedacitos de fruta…
Por la tarde, repetía  el ritual.
No importaba si llovía o hacía frío. Ella estaba ahí, con el cuidado a sus mascotas. En invierno, de noche los protegía con una lona  del frío y en verano del sol.
¿La recompensa? Aves sanas,  trinos  y misión cumplida.
Conocí a mucha gente que criaba  sus  aves.
El Sr. Enrique Martínez, tenía y cuidaba una enorme pajarera, que era su orgullo y su pasión.
El Sr. Guerrero.
El Sr., Garavaglia
El esposo de la Sra. Nelly Diez
El Sr. Manolo Fernández, me contaron; tenía un enorme jaulón en su patio.
Carlitos Miranda, criaba palomas mensajeras.
El Sr. Contreras, en A. Argentina y Brandsen tenía las palomas mensajeras sobre el techo.
La Sra. Nelly Piñeiro tenía un lorito al que le habían enseñado a hablar.
En la Escuela Santa María había una gran pajarera y en algún  tiempo he visto en ella pajaritos.
Muchas casas  de nuestro pueblo tenían  grandes pajareras  para  albergar  a las pequeñas aves.

La reproducción de aves en cautiverio debe realizarse siempre en las mejores condiciones, asesorándose con un profesional para evitar que  puedan estar sometidas a estrés que en muchos casos les produce enfermedades, o la muerte. No es un objeto de decoración, sino un ser vivo, una mascota que elegimos para  acompañarnos mutuamente.
Los pájaros silvestres no pueden comercializarse, ellos son libres y por suerte, están protegidos en casi todas las provincias.
Los canarios,  originales de las Islas Canarias, se han criado y reproducido en cautiverio desde tanto tiempo que no sabrían sobrevivir si se los libera. 
La inmensa mayoría de animales que se venden son criados actualmente en cautividad por criadores. Si se compran sólo animales de criaderos se ayuda  a conservar a los silvestres.
Lo importante es que quienes venden aves, den  información sobre si el ave es de criadero o ha sido “usurpada de su vida silvestre”
Finalmente podemos decir que elegir un pájaro para compañía o mascota es un acto de a uno. El no nos elige a nosotros. Por eso deberíamos cuidarlo amorosamente y con dedicación y siempre elegir un  ave que no haya sido silvestre. O  buscar una mascota  como un gatito o un perro, que pueden vivir sin estar encerrados.


UNICAS MASCOTAS

Los únicos pájaros que deben tenerse como mascotas son los que han sido criados en cautiverio. Los periquitos, y los canarios son siempre criados en jaula; los jilgueros, los loros y los tucanes son capturados en la selva. Averigüe la procedencia de los pájaros que le interesan para comprobar que han sido criados, mantenidos y vendidos en forma humanitaria. Recuerde que muchas veces pueden adquirirse pájaros de los albergues de animales y grupos de rescate.  Internet, página “conciencia animal


EN LAS LETRAS DE TANGO

En las letras de tango también se  les recuerda a las avecitas. Muy arraigadas en  la memoria de los  poetas, ya que en todos los patios, conventillos y bares solía haber  jaulitas o jaulones.
Algunos de los tangos en los que se nombra a las aves son: Ave Cantora,   Calandria… ¡Qué querés con ese loro!,  Cotorrita de la suerte… entre otros
También,  más conocidos  como Ave de paso,   Gavilán, El caburé,  El chimango  y el famoso Palomita Blanca.




Anita Pfannkuche

Cañuelas, nostalgias de barrilete....

CAÑUELAS,  NOSTALGIAS  DE BARRILETE…
 

El tema rescatado hoy  de  los años sesenta era armar el barrilete. Desde ese momento, comenzaba   el disfrute.
Al igual que  los bisabuelos, los abuelos y  las generaciones que vinieron después.
Generalmente se hacía entre dos o tres niños. Al principio, con la ayuda de un mayor. Después, a pura experiencia y ganas de crear el mejor barrilete  de todos.
Se armaban en el suelo. Primero había que  preparar el  lugar: limpio, amplio, sin hermanos chiquitos que molesten.
Todos los materiales a mano. El papel de barrilete se compraba en la casa de  Don Godoy. Por ahí, a la vuelta de la fábrica  de pastas La Nonna.
Se elegían los colores. Se pensaba en el modelo. A veces, se discutía previamente que si de Boca o River, que si de muchos colores o uno solo….
Tijeras, cuchillo filoso para cortar las cañas al medio. Ni muy anchas ni muy finitas… la medida era especialmente buscada  un tiempo antes en el fondo de la casa del barrio donde hubiera un cañaveral. Generalmente al lado de los gallineros.
(Había uno justito  en la esquina de la plaza)
Se  juntaban a remontarlos en la plaza Belgrano y también  en las canchitas o potreros.
Los hermanos Arburúa, los hermanos López, Pedro Alecini, Jorge y Daniel Etcheguía, Negrito Martínez, Negrito Tula… y un gran grupo de chicos se preparaban con tiempo para los meses de viento: julio y agosto.
Existía un modelo de seis lados, con una varilla horizontal y cruzada por dos verticales  bien arqueadas, con un tiro  de piolín  para regularlas. Esta volaba  bien alto, era bastante simple y llevaba  tiras de papel  pegadas a los costados.
Se llamaba (y se llama) estrella.
Había otro mucho más complicado que lo denominaban el cajón. Y otro, redondo, se  llamaba “la bomba”.
(Lo increíble es que a partir de estos diseños  generados por los niños del mundo, ayudados por mayores  con alma de pequeños y espíritu creativo  se dio origen a los modernos  paracaídas con comandos para descenso de naves espaciales  y ala deltas para transporte de personas con fines recreativos).
Volviendo a los juegos de Cañuelas. También se  fabricaba  el cometa. Era una figura trapezoidal, con cola hecha de pequeñas tiras de tela atadas entre sí donde, según nos cuenta este cañuelense se solía atar una hoja de gillette  para cortar el hilo del otro barrilete con el que se competía.
Tenía gran movilidad y remontaba  (según el viento, por supuesto) muy alto. Se estiraba el piolín casi 50 o 60 metros.
Cuando el viento era fuerte, el piolín común se reemplazaba por el “hilo choricero”
El papel barrilete se manejaba  con cuidado  en la construcción, porque suave y delicado  se rompía con facilidad.  Se realizaba la pegatina  con engrudo y éste se pasaba  con un pincel o simplemente, a dedo.
Otro tema era saber enrollar muy bien  el hilo sobre un palito. ¡Que no fuera a fallar o a engancharse en el momento de  “dar hilo”!

Hay muchos lugares  en la Provincia de Buenos Aires donde aún se  enseña a los chiquitos a armar  y remontar sus barriletes.  Ojala en Cañuelas  se pudiera dar esta opción.
Se les dan a los interesados planos, se supervisa  su construcción, se organizan concursos…
Y aunque parezca  increíble, hay programas de computación que calculan  el modelo, los tiros,  todas las proporciones… por supuesto, para una competencia sofisticada.
Sin volar tan lejos, que lindo sería que  se volviera a enseñar  a los chicos a jugar con los barriletes. No los de plástico. Los otros. Los verdaderos. Aquéllos que cuando se cortaba el hilo y se iba lejos, lejos hasta un árbol o un cable imposible de rescatar, ahogaba  en los ojos un lagrimón,  y se volvía a casa a tomar la merienda con gusto a salado por la bronca.
Era tiempo de padres e hijos. De aire libre y sobre todo,  alegría, buena voluntad  y  viento, muy necesario el viento…. Casi tan necesario como el tiempo compartido con los papás.


Anita  Pfannkuche

MÁXIMO PAZ, LA INUNDACIÓN

LA INUNDACIÓN

Máximo Paz, agosto del año mil novecientos cincuenta y nueve.
_Talán, tilín...
Golpeaba la bacinilla contra las patas de los muebles.
_Elena ¿qué es ese ruido?
_Splashh!
_Carajo! Agua! Agua!
Silenciosa, enroscándose en remolinos serpentosos,   avasallando,  cubriéndolo  todo apareció una noche debajo de las camas...
En inmundo acople con los pozos ciegos, lavando los fangos de los gallineros,  el arroyo desbordó su cauce. Extendió  sus mil brazos por calles y zanjas golpeando en sí mismo  su furia, llevando en su cresta astillas,  ramaje y el  bicherío que pugnaba por salvarse. El bicherío,  trepando,  arañando,  en  oscura  y muda lucha.
En los alambrados, cabellera de juncos deteniendo cadáveres de perros y ganado.
Un manto furioso, rebelde,  insano, que todo lo toma, lo envuelve, lo ahoga y luego inerte  lo deja flotando, girando. Abandonando en los canteros, los cerco y las púas lo vivo y lo muerto.
La bolsa de arena atrincherando la puerta de entrada, el palo que mide la crecida y la familia expectante  siguiendo a cada instante  el curso del agua.
_Cinco centímetros! Parece que  va más lento...
Miríadas de insectos  en su  trajín  por sobrevivir tapizaban los techos, los troncos de los árboles   y pugnaban por entrar por las ventanas a buscar la luz del quinqué.  Se pegaban unos a otros en marañas confundidas desprendiéndose  a veces por su mismo peso ingresando otra vez al torrente para  acometer, contra algo seco y seguro.
Carlos, con las piernas flacas  y huesudas  sumergidas hasta la ingle cruzaba la calle, luchando contra la corriente a buscar la comida y medicamentos  al pueblo.
Cuando llegaba al terraplén de las vías, los curiosos que miraban hacia nuestras casitas sumergidas preguntaban si nos íbamos a evacuar.
Hosco, con cara de pocos amigos, negaba.
_Pero, Don Carlos, se viene la noche, y el agua sigue subiendo.
_No hay problema, contestaba, no hay problema. Y, como  buen alemán, su respuesta cortaba el aire a todo intento de réplica.
El abuelo controlaba las gallinas, que no se cayeran de los palos, miraba con tristeza su quinta (o lo que asomaba de ella), y discutían con la abuela por las cosas que habían quedado en el suelo y ahora estaban inservibles como el arrabacillo, herramientas, maíz...
Por la noche, un silencio de muerte quebrado por el burbujeo constante y el canto monocorde de las ranas, con voces lejanas que  la superficie líquida traía sin reconocer su origen.
Las velas y la vigilia constante, con el mate que pasaba de mano en mano. Pocas palabras, alguna que otra conjetura sobre el tiempo y el constate e inquieto ir y venir hacia la puerta y la medición del agua. El agua que subía y subía.
A veces un grito inesperado,  tal vez alguien llamaba. Después…  la nada. Ese era mi miedo más grande, el espeso mutismo de la noche con su negrura  y el lento correr de las horas.
A pesar de todo me gustaría tanto volver a vivirlo. Ellos, los abuelos que ya no están protegiéndonos. Nosotras divagando  en la inocencia  y la novedad,  disfrutando de una velada distinta, todos juntos, hablando bajito. Del mismo modo como se habla en la sala de espera de un hospital, con murmullos  aplastados, secretos. El enfermo era nuestra casa y había que cuidarlo.
Los días posteriores se llenaron de olor a podrido, de tiendas improvisadas, de ropa tendida secándose al sol.

Me hamaco y la tabla
que me lleva y trae
atraviesa el charco
como un  estallar.

Corro y el agua
explota en mis pies
se escurre, salpica
y vuelve otra vez.

Los ojos cegados
de tanto resplandor
reflejando mil soles
en miles de espejos

Las ranas cantoras
reinas de jardín
se escapan a los saltos
como un arlequín.

Porqué estás tan triste
querida mamá?
si es tan hermoso
jugar por acá?

Cristina

Cristina tenía sólo ocho  años y era muy feliz  con  la experiencia que  la inundación le había regalado.
Todos los adultos estaban ocupados,  y ella estaba a sus anchas. Con  ojos inocentes veía la creación desbordada. La magia  del agua  que  lava y bautiza envolviendo las casas como un islote. Los animales, entumecidos  secándose al sol estaban mansitos  y al alcance de sus pequeñas manos.
_Cristinita alcánzame... A ver, tené este alambrecito, Cris...
Me parece verla con su cabello  melenita sujeto con vincha, sus piernitas flacas dentro de las botas negras  atendiendo   como  un ayudante incondicional a los abuelitos,  metida en el agua, levantando  gallinas, buscando huevos, juntando leña.
También  recuerdo como mamá secaba y secaba interminablemente los acolchados, sacos, pinturas y almohadas,  enjuagando y retorciendo ropa, enjuagando y secando lágrimas.

Anita Pfannkuche

11/4/13

Cañuelas. Campamentos y cocineras




CAMPAMENTOS: MEMORIAS DE LA COCINA Y LAS COCINERAS.

Cada campamento tiene historia, mística, anécdotas y porque no, sus secretos bien guardados.
Estos últimos  hablarían de  pequeños errores, travesuras o momentos de gran emoción, que cada cual se guarda para sí mismo, como un tesoro  sin revelar.
De todas maneras, secretos es una forma de decir. En el campamento se sabe todo, se oye todo y lo que no se cuenta, se descubre ahí mismo.
Para los que no conocen el sistema, en general,  se forman pequeños grupos de niños (o niñas) más o menos seis al mando  de uno de ellos.
Esos  grupos están emparejados por la edad de sus integrantes. Están  al cuidado y formación de un dirigente (o más)
El Campamento es el momento y el lugar donde se pone en práctica todo lo aprendido durante el año.
El movimiento scout y el movimiento Guías deben observar y respetar  una Ley, para lo cual realizan una Promesa. Se trabaja con los niños y jóvenes  en pequeños grupos  de pertenencia, se los estimula con programas  progresivos de aprendizaje  con la consigna de “aprender haciendo.”
Por  eso,  se los ve el día de llegada como pequeños trabajadores armando su carpa, realizando una  zanja alrededor para  que escurra el agua (por si llueve) y preparando su lugar para cocinar: fogón, cacharros y herramientas.
Cuántos padres llorarían de emoción al verlos a la mañana sacudir su bolsa de dormir, ponerla al sol, ordenar su ropa, todo guardadito en el bolso, peinados, caritas lavadas y sin sueño (¿sin?) bien tempranito para  empezar la jornada.
Es que de esto se trata. Que sean autosuficientes. Y por supuesto, de acuerdo a su edad, lo que se espera de ellos.
Ahora bien, existe una COCINA GRANDE, que es el corazón del campamento.
Se prepara  con mucho tiempo, se organizan los desayunos,  almuerzos, meriendas y cenas. Se realiza un menú equilibrado. Se calculan  las cantidades  a comprar y llevar de alimentos no perecederos y se eligen (o se ofrecen) los padres cocineros. Estos tienen a cargo las finanzas  alimentarias, el repartir antes de cada preparación  a  cada “cocinerito” o responsable del día los alimentos que va a utilizar  para su pequeño grupo.
Las COCINERAS MAMAS, explican a los más chicos cómo se hace tal o cual menú. (el secreto para que no se le deshaga el zapallo antes de que la papa esté cocida), el tiempo de los fideos, o el terrible truco de la polenta que puede salir como caldo o piedra. Cómo darle rico  sabor, o el cuidado que deben tener  con la limpieza de la comida,  y…. el uso de la sal!
Asimismo, las madres (y padres) solo cocinan para los lobatos (de 6 a 10 años)
Muchas  mamás pasaron por estos momentos  (y también papás) que seguramente disfrutaron de unos días de intenso trabajo, de mucha responsabilidad, de pocas horas de sueño y algunos contratiempos pasajeros. A todos ellos, mi admiración por su vocación de servicio,  por su entrega, por su esfuerzo.

UNA NIÑA GRANDE
Tengo en mente a una persona emblemática, adorable y con un gran espíritu que dio todo su amor y su conocimiento  en  los campamentos que estuvo, y que fue quien inspiró esta nota.
Alicia Zazarini de Olaciregui,  un ser adorable, al que jamás le conocí un enojo.
Para ella, la naturaleza era prioridad, el amor lo más sagrado y el servicio al prójimo su conducta.
Se “prendía” en cuanta fiesta le ofrecieran. Se disfrazaba, cantaba y tocaba la guitarra si le pasaban alguna. Aunque no lo pudiéramos creer, con sus manitos rellenas y  cansadas de trabajar, era casi concertista de guitarra. Se disfrazaba, inventaba canciones y contaba chistes, colmos, adivinanzas. Todos muy sanos, con una picardía medida y con una inocencia increíble.
Nunca la escuché decir una mala palabra.
Ingeniosa, siempre inventaba  algo  que hiciera falta. Dulce, sabía prestar el hombro  a las penas y consolaba con su sabiduría de mamá grande.
Llevábamos  botiquines  completísimos, pero al momento de usarlos, ella siempre tenía una receta natural y sencilla.

CAMPAMENTO DE SAN LUIS
Allí llegamos un día antes que el contingente, en tren,  con las bolsas de papas, arroz, harina, fideos, latas de tomate, zanahorias, cebolla y cacharros, muchos cacharros. La cocina, garrafas… las carpas.
Nos acompañaron Nati, Vero, Mariano.
Al pie del cerro, en un olivar maravilloso, con una luna preciosa primero y una tormenta después, se escuchaba un bramido lejano.
Se le había puesto en la cabeza que era un puma. Toda la noche con los ojos abiertos, con un cansancio terrible y el bendito animal que no se callaba. Los chicos, agotados se durmieron y nosotras,  con los pelos de punta.
Al otro día, un baquiano nos dijo que era un simple toro en celo…
Un día que nos quedamos solas en el campamento, nos dejaron el encargue de colgar cartelitos  por todos lados. Alicia se subió a un árbol y después no podía bajar. Ni yo podía bajarla. Tanto nos reímos primero como lloramos después. Al fin, raspaduras mediante, alcohol y “memento”, carteles colgados, tareas cumplidas… y la cena lista para la llegada de los lobatitos.

LOS BURRITOS
Alicia dormía  con los pies hacia la puerta (de lona) de la carpa. Yo prefería respirar hacia afuera, y cuando ella se dormía, abría  el cierre de la lona…
Nos despertamos  de golpe con un burrito (grandote) soplando sus pies y otros tres  comiéndose las verduras, las frutas  y el pan. Que desastre. A las cuatro  de la mañana corriendo a la pequeña manada traviesa y acomodando la cocina…

LA PROMESA
Alicia, que durante mucho tiempo acompañó a los scouts en sus campamentos de verano, a la comisión de padres con su buen humor y su experiencia, un día tomó su promesa scout. En Pehuén Co, emocionada hasta las lágrimas y feliz, como  uno de los tantos  integrantes del grupo recibió los   distintivos que había honrado con su vida de trabajo desinteresado.
Hoy no está con nosotros, se fue hace muy poco  con el buen Dios, que sabrá premiarla dando  alivio a sus nanas, y un lugar privilegiado para las almas bondadosas, alegres y  serviciales.

  

Anita Pfannkuche

Cañuelas, inicio de clases. Locales y visitantes


Inicio de las clases. Escuela secundaria. Locales y visitantes.
 
Con cuánta emoción ante la aventura de lo desconocido revoloteaban en el andén de la estación Máximo Paz un grupo de cinco adolescentes. Viajaban a Cañuelas solos por primera vez.
Las niñas con guardapolvos oliendo a plastitel, cintas en el pelo o una prolija cola de caballo atada (Que horror, cómo se rompía el cabello) La “gomita” era un pedacito de elástico anudado y disimulado con una cinta. Los varones con la clásica corbata finita sobre la camisa blanca, cremita   o celeste, el guardapolvo gris o el overol.
Todos rigurosamente con zapatos lustrados, cabello corto y ni asomo de barba los mayorcitos. La rigurosa afeitada se hacía con hoja Gillette y una maquinita que se abría para colocar la  hoja adentro.
El boleto, un cartón pequeño, casi como una barra de chicle, era el pasaporte para subir a lo que ahora se conoce como “la chanchita”. En su momento, máquinas diésel  nuevas, asientos tapizados de


cuerina marrón, los cromados brillantes y los vidrios de las ventanillas, limpios.
Una vez arriba del tren, entre risas bobas y miradas   furtivas comprobaban que  cada coche estaba lleno de chicas y muchachos que iban como ellas,  a ingresar a las escuelas Industrial y Comercial.
En Vicente Casares, más alumnas. En Alejandro Petión  otras cuatro más.
A su vez, los mayores, acostumbrados a la rutina que recomenzaba después de las ya perdidas vacaciones, sólo bostezaban a esa hora de la mañana, seis y treinta para ser exactos y salían de su modorra sólo para observar el nuevo grupo que alborotaba un poco más,  el vagón.
Venían de Monte Grande, Ezeiza, Lavallol, Tristán Suárez.
El guarda, con una maquinita, perforaba el cartón en el lugar que decía “IDA”, al lado de la fecha (la que observaba minuciosamente)  para descubrir cual de todos podría haber  sido adulterado.
Con el correr de los días, los más pícaros, iban cambiando de vagón para que no se les “marcara” el boleto y así al día siguiente, con suma paciencia retocaban el sello azul  y ese pequeño ahorro les permitía consumir  un café o un alfajor.
¿Parece escandaloso regatear el precio de un boleto? ¿Por tan poquito? Y si, en esa época, estoy hablando de 1962 al 1967 nuestro país  pasaba por una crisis grande y no había plata que alcanzara.
¿Quieren  saber en que hacíamos las cuentas  y los deberes en “borrador”? En  cuadernos caseros fabricados con papel de estraza blanco (el que se usaba para envolver el queso) cortado bien prolijo y puesto en una carpeta de fabricación casera.
Los libros (si… ¡se usaban libros a pesar de la crisis!) los  cargaban  en los brazos, atados con unas cintas elásticas negras o en pesadísimos portafolios de cuero marrón, como usan algunos médicos. (Por supuesto, heredados de varias generaciones)
Las cartucheras, de madera, tipo caja, con tapa corrediza o el clásico distribuidor de lapiceras y lápiz con portaminas, que usaban los industriales.
Seguimos con el relato. A las siete y cinco llegaba  el bullicioso contingente y se desbandaba por toda la estación.
Algunos entraban en el Hotel de Etchezar (justo en la esquina de Libertad y Alem) donde ocupaban todas las mesas posibles y  tomaban un café.
Otros iban a la pizzería de los hermanos Trípode (inolvidables Antonio y Juan, Felisa y Nina) y hacían sus rondas de mesas y risas, reencontrándose después de tres meses.
Las clases comenzaban a las 7 y 45 de manera que había  un  pequeño tiempo para el encuentro, para  reunirse  en cada esquina con los “locales”  o cañuelenses y dejar de ser visitante, forastero o “de ruta” como se  llamaba a los que llegaban viajando.
En automóvil no venía nadie. No existían  las remiseras y sólo había algunos taxis en la estación (Para llamadas había un poste con un teléfono en el playón) y frente a la parroquia, en la plaza principal, otra parada. 

LOS LIBROS. Un comentario aparte.

Se heredaban, se compraban de mano en mano o se canjeaban.
A veces, al quitarle el forro de papel araña se descubría una tapa impecable, a pesar de los muchos años en los que había sido útil de mano en mano.
Es que las maestras insistían mucho en cómo cuidarlos. Se enseñaba a forrarlos, a encolarlos si se despegaban las hojas o a coserlos si el daño era mayor.
Durante mucho tiempo no se cambiaba ni autor ni editorial y así se utilizaba el miso libro  año tras año. Con la llegada de nuevas y coloridas editoriales, promociones y publicidad  los libros  van mutando permanentemente y, sin embargo, todavía hay en alguna biblioteca un viejo libro, sabio para la consulta, a pesar de su edición antigua. Entre nuestros autores locales, podemos mencionar el del Ingeniero César Raffo,  cuyos textos se consultan actualmente  hasta en la universidad.
Ni hablar de las enciclopedias. Con pocos colores, claro. O el diccionario  Kapeluz, de cuero,   en dos tomos… con dibujitos en blanco y negro.
Se habrán dado cuenta los más jóvenes que no había fotocopiadoras.
Como mucho, para hacer más livianas las tareas, se usaban los esténciles para copiar dibujos, el mimeógrafo para imprimir muchas copias, el papel de calcar, borroneado de lápiz en su reverso  o el  simple y fiel  papel carbónico para hacer tres juegos iguales.

LAS CARPETAS
Las había de tapas negras, tres ganchos, con separadores hechos en papel cartulina; de cartón con una lámina de plástico y cordón de zapato para pasar las hojas. Y las grandes de dibujo, tan  incómodas  para llevar. Todas,  inevitablemente rompían los ojalillos.

LOS BOLETOS
En ese entonces circulaba el Expreso Cañuelas, rojo y parecido al  actual “51” que hacia su recorrido  hasta Constitución. Un primoroso viaje de dos horas y media o más,  por la Ruta 205.
Del otro lado, desde  la Ruta 3 llegaban unos micros grandes, Expreso Liniers, con muy poca frecuencia.
Los boletos se cortaban de una maquinita y  venían numerados. Y cuando el número era capicúa se guardaba  como un trofeo.


Mascotas y callejeros


Mascotas  y callejeros

Era callejero por derecho propio
su filosofía de la libertad
fue ganar la suya sin atar a otros
y sobre los otros no pasar jamás…
Alberto Cortez

El mundo se reparte  -seguramente- en personas que aman a los animales, en quienes  los detestan  y a quienes les resulta indiferente el trato con los bichitos.
Existe el excesivo  afecto hacia  los animales que en opinión de los expertos denota una cierta soledad de amor en la vida de sus dueños, quienes reemplazan sus afectos humanos por los de la mascota. En defensa de esta teoría, quienes adoran a sus pequeños (y no tanto) amigos de dos o cuatro patas, se argumenta que los animales son fieles y no traicionan…Que siempre dan afecto y no generan problemas ni conflictos.
También hay humanos  que disfrutan golpeando, quemando o lastimando gratuitamente a los animalitos.
En el medio, por suerte, existen personas que aceptan la aventura  de tener una mascota, cuidarla como corresponde y proteger a los  animales indefensos y abandonados.

Algunos recuerdos
Uno de los perros callejeros que vivía en la plaza San Martín, una especie de galgo flaco de color caramelo era  el llamado  CHULETA, manso y tranquilo y  solía estar alimentado por los vecinos.
Recuerdo que en la época de las “matinés” del Club Cañuelas, Chuleta esperaba  a que se apagara el equipo de música para subir la escalera de mármol y entrar a la pista.
El  interés del pichicho  no era el baile, sino  las miguitas que quedaban de los panchos y los  alfajores.
Cómo no acordarse del  caballo  que caminaba  con su dueño,  Bernardo, un muchacho bueno y alegre que solía llevarlo tomado con una soguita, a su lado.
O los perros  que acompañaban incansablemente a otro vecino, “Frondizi” le llamaban. En los carnavales  este buen hombre se disfrazaba  y  daba  vueltas y vueltas por el corso, año tras año, mientras su salud se lo permitió. Y sus mascotas con él.
También había un perro negro, peludo y manso que vivía en la puerta de la Municipalidad. En las entradas y salidas de la gente, se las ingeniaba para colarse  y buscar su lugar preferido, un rinconcito debajo de un escritorio.

Historia de “Pata”
La llamábamos así  porque era muy pequeñita, apenas  un bollito amarillo, tembloroso y con unas grandes patas. La encontramos una noche de lluvia al regresar a casa y se quedó para siempre.
El apodo fue muy bien puesto ya que en honor a él se hizo muy  grande. A veces esperaba la salida de los chicos de la escuela Estrada por la tarde a través del tejido de alambre y entonces lo saltaba y se escurría a la calle a través de la puerta cancel de la escuela, en medio de los guardapolvos blancos.
Como todo perro callejero que ha sido adoptado conservaba una fidelidad absoluta  a los integrantes de la familia. A veces, hasta diría que se ponía “celosa”  de la gente desconocida que llegaba y había que tener cuidado de que no se acercara lo suficiente. También podemos decir que “celoso” es un término para los humanos, digamos entonces  que su instinto no le permitía  hacer nuevos amigos. Vivió  con nosotros hasta que se murió de  vieja.
La pérdida de una mascota duele mucho. Aunque sepamos que es un animalito, igual nos duele su ausencia.
Algunos poetas expresaron sus sentimientos en sus versos, como por ejemplo:

Don   ATAHUALPA YUPANQUI   (Fragmento)

Trepó la sierra con luna
Cruzó los valles nevando
Cien caminos anduvimos
Mi alazán, te estoy nombrando.
En una horqueta de un tala
hay un morral solitario,
y hay un corral sin relinchos,
mi alazán te estoy nombrando

O esta otra, El Corralero,  cantada por Hernán Figueroa Reyes:
Junto al estero del bajo,
lo encontré tendido,
casi al expirar,
me acerque muy lentamente,
y se lo quise explicar,
pero al verlo resignado,
me tembló la mano,
y me puse a llorar…


Historia de Princesa
Esta cachorrita abandonada (o nacida)  en la calle comía un poquito en cada casa, en cada vereda y rompía las bolsas de la basura.
En este invierno, especialmente frío alguien le armó una caja grande en un porch. Ahí se cobijaba asomando apenas su hocico mojado todas las noches.
A veces su amigo, un perro negro grandote que jugaba en la plaza con ella intentaba entrar a la caja. Resultado: al día siguiente había que reponer el refugio.
Se lo  reforzó con madera, con plástico, con cartones pero no resistía…
Tampoco resistían los humanos que de a poco se fueron  encariñando de sus ojazos marrones que pedían caricias.
Nerviosa y arisca deseaba  cariño pero se asustaba de todos los que la tocaban. Debido al mal trato recibido en la calle tenía quemaduras y llagas en su cuerpo.
Cintia (que un tiempo atrás no quería saber nada de  mascotas) se enamoró de la perrita. La llamó Princesa. La llevó al veterinario, curó sus heridas y la adoptó. Y hoy  vive como su nombre lo indica: una princesa.
Todavía tiene el estigma del mal trato recibido. Todavía desconfía de algunos humanos. Hay que tenerle paciencia. Pero al acariciarla y recibir un lengüetazo de cariño o un salto de alegría al llegar, se llega a dudar  de que no tenga algún tipo de “sentimiento”, “sexto sentido”, afecto o como quieran llamarlo.
La emoción de la devolución desinteresada de una caricia, nos llena de placer, de felicidad.
Algo intangible, no definido, algo especial se da y se recibe de estos animalitos  cobijados de la calle. Tal vez no  tienen los instintos tan “puros” de un animal de raza, o sus cualidades de aprendizaje y entrenamiento, pero tienen un no sé que de fidelidad y encanto que colma de alegría a quienes lo reciben.
Y hace  más liviano el  poco o mucho trabajo que dan. (Nada es gratis en esta vida).
Princesa convive con India. (Refinada e impecable caniche toy)
Ambas aprendieron una de otra. La callejera, modificó sus costumbres de alimentación y necesidades básicas de higiene (menos la ducha, todavía) y la pequeñita a ladrar y  gruñir como un perro.
Todos tenemos un recuerdo especial para nuestras mascotas. Vaya en estas líneas un homenaje pequeño  a cada una de ellas.
Anita Pfannkuche.




ADEMAS DEL AMOR, UNA REALIDAD A TENER EN CUENTA
Si bien hay gente cuyo afecto y solidaridad a los animales  los ha llevado a crear lugares de protección hacia ellos, la realidad nos dice que la sobrepoblación de perros y gatos en abandono  cada vez aumenta más y se convierte en un problema social (y de riesgo).
Esto es un problema en todas las ciudades. Hay falta de espacio y medios para mantenerlos. Ellos sólo necesitan una familia que les ofrezca un hogar y la posibilidad de vivir.
Tampoco sirve “la buena obra” de encontrar un cachorrito y llevárselo a la vecina del barrio, que adora los animales. Eso no es ser “bueno”, es ser cómodo y no hacerse cargo del encuentro.
 La responsabilidad de cada dueño de perro o gato en cuanto a la esterilización, puede significar una importante  disminución en los índices de crecimiento de animales en situación de calle. Tener una perrita sin castrar implica  la responsabilidad de cuidar y mantener a las crías hasta que éstas encuentren un hogar que pueda brindarles alimentación, seguridad y cariño. Mientras eso sucede puede pasar mucho tiempo: semanas, meses o tal vez nunca. Lo que representa gastos de vacunación, alimentación y cuidado. Y al final, si no lo puede ubicárselo termina siendo un perro callejero.
Al mismo tiempo, increíblemente,  muchas  familias que desean tener un perro para compartir sus vidas van a comprarlo. Gastan  a veces muchísimo dinero en lugar de adoptar uno. 








19/10/12

Maestros

(Fragmento)
"Dame el amor único de mi escuela: que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes. Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de mal entendida justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren, no me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé".
"Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que NO es carne de mis carnes. Dame alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarle en ella clavado mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más".
"Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él".
Gabriela Mistral



La vocación del maestro es sublime. Desde su amor va formando a los pequeños, dejando enseñanzas pero también valores, conductas, bases,  para que crezcan con principios y sean personas de bien. Nada menos que para eso, para que sean personas de bien. De la mano de las familias y aún  reemplazando a aquellas que por distintas desgracias no pueden acompañar a los niños en esos cometidos, protegen, acompañan y educan.
Muy difícil fue  intentar seleccionar un grupo de docentes que nos identificara con una parte del infinito abanico de maestras  que han sido pilares  en nuestra formación, la de nuestros hijos y nietos.
Hay docentes con riquísimas vivencias, con  mucha trayectoria, con una vida  dedicada a  dar conocimientos, amor, paciencia y su vida misma  en el desarrollo de su profesión, pero no se puede escribir sobre cada uno. Por eso,  en este  espacio, permítanos abrazarlos  a todos y desearles  un hermoso Día del Maestro.
Esperamos que  en este breve, pero sentido homenaje a dos queridísimas maestras (a quienes llevaremos siempre en nuestros recuerdos), en el relato de una docente rural y en la historia de vida de tres docentes que unieron sus generaciones bajo una misma vocación  hayamos podido lograr nuestro objetivo: decir GRACIAS a todas las maestras de nuestro Cañuelas.

La docencia…. mi vida.
Año 1961… Con mi título docente y diecisiete  años inicio la actividad escolar en la escuela Nº 13, junto a Susana Guzzetti como directora, la señorita Blanca Iribarne como inspectora y mis primeros alumnos, con los que me encuentro actualmente: Juan José, Jorge y Rubén Báez, Cristina Pereletegui, María Eva Jaime, Miguel Ángel Etcheverry, Marta Zamudio, Graciela Porte Petit y su hermano Jorge.
En ese entonces llegaba a la escuela en sulky, y cuando el pantano frente a la casa de María Eva Jaime impedía el paso, íbamos caminando por las vías del ferrocarril.
Luego de tres años, realizo una suplencia  en la Escuela Nº 19 a dónde llegábamos  en la máquina de un tren de carga por la mañana y regresábamos del mismo modo por la tarde
Un  nuevo destino fue la escuela Nº  29 que funcionaba en el campo de Don Ramón Echevers. Mi compañera era Azucena Cevani, (docente con mayúsculas) con la que compartí el traslado a caballo, cruzando por los campos y pasando  diecisiete tranqueras. (La mayoría de alambre)
Nueva compañera,  la Negra Galarregui y el traslado a la escuela Nº  10 en las máquinas que estaban haciendo la ruta 6.
Subíamos frente a La Serenísima a las  seis y media de la mañana y como no podíamos hablar por el ruido infernal, dialogábamos por escrito.
Recuerdo con alegría  mi paso por la Escuela Nº 21, donde me reencontré con mi compañera de banco de la escuela secundaria: Ofelia Garavaglia.
Los días de lluvia nos llevaba hasta la escuela la Señora  Amalia Villalón en sulky, pues el colectivo no entraba.
La Escuela 8 fue un destino que compartí con Susana Basualdo e Inés Etchebehere. Fueron años muy gratos  viajando “a dedo” en grandes camiones y  compartiendo  con la comunidad fiestas escolares y paseos (lecciones paseos).
En el año 1983 regreso a la Escuela Nº 10 teniendo como directora y compañera a Cristina Mondino, quien luego  se traslada a la Escuela Nº 5. Como siempre mi familia me acompaña compartiendo fiestas escolares y familiares, pero en esta oportunidad mi hijo encuentra a quien es la mamá de mis  nietos, Emanuel  y Juan Cruz. Claudia Grela, quien comparte también el desempeño docente como mis hijos, Bernardo, Marcela y Paula.
En el año 1984, Cristina pasa a la Escuela Nº 5 formando su familia. Organizando mis horarios  y  con anuencia de las dos comunidades, realizo las suplencias, saliendo de mi casa a las siete y regresando a las dieciocho.
Mi traslado lo realicé en un viejo Citroen, que me permitió cumplir  con el compromiso adquirido.
Mi último cargo fue en la Escuela Nº 14, que  a pesar de que solo duró un año, me permitió  compartir con docentes como Viviana Acosta  y Juanita Zangari, directora del Jardín que en ese momento funcionaba dentro  del mismo edificio.
Un recuerdo muy gratificante: la amistad familiar con Monseñor Bufano. Me permitió reunir en mi escuelita Nº 10. El Deslinde, una vez por año a  las escuelas rurales  de la zona (incluso de los partidos de  San Vicente y E. Echeverría) y contar durante todo el día con su presencia. En esas oportunidades Monseñor impartía todos los Sacramentos y el día terminaba en una fiesta, con un asado y espectáculos de  cada grupo.
La docencia fue y es mi vida y disfruto al ver que transmití este sentimiento a mis tres hijos y mi nuera.

 FOTO: al cumplirse 50 años de obtener nuestro título de Maestras  Normales realizamos el Viaje de Egresados. De  izquierda a  derecha: Elsita Fariña, Ofelia Garavaglia, Adela Mac Gill y Azucena Cervani.

Adela







Setiembre… 11… Día del Maestro


MOMENTO DE RECUERDO, EVOCACIONES, HOMENAJES…

En esta circunstancia viene a mi mente la imagen de alguien que nació maestra, en el seno de una familia de maestros.
Me refiero a Ileana Berta Vilas, la mujer que a su acendrada vocación por los niños unió  un espíritu inquieto. Fue una investigadora nata y una incansable estudiosa. Supo adentrarse con curiosidad científica en las mejores fuentes que contribuyeron a su permanente perfeccionamiento docente. En realidad fue una gran estudiosa y supo aplicar a su incansable actividad todo aquello que entendía mejor para sus alumnos y siempre supo llegar  a los fines que se proponía.
Era de personalidad dulce, pero fuerte sobre todo cuando se  trataba de defender los principios que sostenía; y quienes pasamos horas hablando de nuestro quehacer en las escuelas, tanto de las de esos momentos como de las del futuro, aún conservamos el recuerdo de la seguridad con que hablábamos de los temas que nos interesaban a las dos.
Quiero agregar que después que se jubiló, siguió escribiendo, en colaboración, manuales que se utilizaron durantes muchos años en la escuela primaria.
No puedo terminar esta reseña sobre su persona sin agregar que unió a su humildad manifestada en su silencio sobre los importantísimos cargos que desempeñó, su espíritu inmensamente generoso y su accionar incansable que ha dejado secuelas que perdurarán  en ese futuro que ella soñó para todos los que amaba.

Nelia Curone




Todos recordamos cómo Ileana privilegiaba en su relación a su familia y sus amigas.
En nuestras tardes de trabajo en la que no faltaban los mates y la charla, aparecían con frecuencia esos rasgos.
Por eso no nos extrañó que cuando sus sobrinos empezaron sus estudios en Buenos Aires ofreciera generosamente su apoyo… ¡Hasta para cocinar!
Ella, que escasamente lo hacía para sí misma. De ahí que en las reuniones empezó  a aparecer entre bromas y risas el tema de la cocina…¿qué preparás? ¿Cómo?
“Son estudiantes, tienen que comer  equilibrado y nutritivo” decía.
Buscábamos recetas,  intercambiábamos  ideas y  aparecieron las tartas con sus variados rellenos, entre ellas, la famosa de calabaza. Y pregunta va y pregunta viene, ensayos y cambios, los sobrinos y algunas veces las amigas, disfrutábamos sus  logros culinarios.
Ile compartió la  función de profesora y el delantal de cocina con todo el  amor del que era capaz, dándonos hasta con esos detalles, una magistral lección de vida que admiraremos siempre.
Amalia  y María Juana
Docentes y amigas


Beta, Paula y Ale una cadena de maestras, catequistas, un mismo Don, una misma vacación!
Beatriz Florini de Costa (Nuestra querida Beta)
Maestra Nacional Normal recibida en El Normal Nª 8 de San Cristóbal, Capital  Federal.
Ingresó en el Colegio Santa María Primario el 1 de marzo de 1972, donde se desempeño como maestra de 3 y 4 grado hasta el año 1978, teniendo a cargo las Primeras Comuniones.
En el año 1979 pasó a cubrir el cargo de preceptora del jardín Santa María., cargo que ocupó hasta el año 2000 (año que se cerró el jardín)
En el 2001 siguió su carrera docente como preceptora, pero ahora del colegio Secundario Santa María (etapa en la que se estaban fusionando los antiguos 7º grados con el 1º año del secundario)
Trabajando en este querido colegio pudo desarrollarse integralmente, brindando ese carácter tan especial que tanto caracterizaba, a nuestra querida Beta. Cosechó infinidad de amistades y siempre es recordada con la mejor de les sonrisas.
Como maestra, también fue compañera de sus hijas Paula y Alejandra, quiénes también nos cuentan su historia en nuestro querido Santa.
Comenzamos con Paula.
Mi historia en el Colegio Santa María comienza en 1972. En ese año inicié mi jardín de infantes con la adorable Hna.  Bernardina de maestra jardinera.
Entré por primera vez a la chacra, de la mano de Beta, mi mamá y docente del Colegio, que ese mismo año comenzó su labor allí.
Transcurrieron 9 hermosos años, dentro de los cuales en marzo de 1976 ya somos tres en el colegio ya que María Alejandra, mi hermana, comienza el jardín de infantes. En 1980 termino mi escuela primaria y ese mismo año concluye una etapa del Santa, es desalojado y debe dejar el predio.
Curso mis estudios secundarios y el magisterio en la escuela José Manuel Estrada.
La Providencia Divina hizo que retome mi historia en el Santa, en marzo de 1988, ahora como maestra, previa entrevista inolvidable con el padre Antonio F Gatti.
Comienzo a trabajar como maestra suplente de 3 grado y termino el año haciendo tareas administrativas. Ahora era hija y compañera de Beta.
Mis primeros  15 años, ya como maestra titular fueron a cargo de los grados superiores, con infinidad de anécdotas, que sería imposible relatarlas ahora. Ya no éramos sólo Beta y Paula; se incorporó a la Familia, al Santa, como maestra Alejandra.
Ahora las tres éramos  compañeras. Además Francisco, mi hermano estaba en 1 grado.
Me hicieron crecer en mi labor,  además de mamá,  Telma, Julia y Graciela, mis directivos de aquellos años que me acompañaron tanto en mi tarea docente como catequística. No puedo dejar de nombrar la guía espiritual del Hermano Alberto.
Años tras año yo crecía, como docente y como persona. Me casé y nacieron Pablo y Lina (2 de mis 3 hijos)
Año 2004, ¡Cuántos cambios!
Nace mi pequeño Jairo. Después de 15 años paso  de dar clases en  6to año a 4to. Ese mismo año  nos deja mamá,  para seguir guiándonos, desde el Cielo.
La gran satisfacción de ese año fue acompañar a mis alumnos a recibir a Jesús Eucaristía y el apoyo incondicional de las familias (que gracias a Dios nunca me faltó)
Después de 5 años vuelvo a los cursos superiores y hoy en 2012, cumpliendo 24 años de antigüedad,  me siento reconocida en mi labor ya que comparto parte de mi tarea docente en el Secundario.
Durante todos estos años recibí la mayor recompensa que cualquier docente puede esperar, el cariño de muchos alumnos, exalumnos, padres, compañeros (muchos de los cuales son amigos y hasta familia por adopción)
Me vienen a la mente miles de nombres de alumnos, pero no quiero nombrar a ninguno para no ser injusta.
Paula Andrea Costa.
María Alejandra

Nací el 15 de marzo de 1973, siendo Beta y maestra del colegio. Ingresé de la mano de mamá al jardín en 1976, mientras ella era maestra de grado.
Cuando pasé al primario, ella pasó a jardín (me esquivaba). Esto parece gracioso, pero Dios sabe porqué.
Cursé 1 y 2 grado en la chacra y luego, (como ya contó Paula) nos mudamos a la quinta donde terminé 7º  grado. (1985)
Cursé 1 año en la escuela Estrada, pero en 1987 cuando abrió sus puertas El Secundario Santa María, volvía a  mi casa (El Santa)
El 15 de agosto de 1993 me recibí en el Colegio Estrada de Profesora para la enseñanza primaria y el 1 de septiembre del mismo año ingresé al Santa como maestra titular de 5to año.
(Este año 2012, cumplo 19 años en la docencia desarrollados todos en mi segundo hogar EL SANTA)
Trabaje durante 10 años doble turno y tuve centenares de alumnos de los cuales guardo en mi corazón los mejores recuerdos, las mas locas travesuras, y las caritas pícaras con las cuales nos saludan todos los días.
Paula (hermana) y Beta (mamá) siempre fueron mis guías en mi profesión. Ellas condujeron mis primeros pasos, fue un privilegio poder contar con ellas en las reuniones de patio, ser una compañera más…
Hoy como maestra de 4to año, al igual que los fueron mamá y Paula, teniendo a cargo las Primeras comuniones, siento la gran emoción y responsabilidad al poder llevar a mis niños a encontrarse con Jesús Sacramentado.
María Alejandra Costa.

Olga Noelina Sarrailh

Nació en Cañuelas el 20 de enero de 1918 y falleció el 22 de septiembre de 1987. Hija de Lorenzo Sarrailh  de profesión hacendado y de Mariana Berrueta de profesión ama de casa. Tuvo dos hermanos,  Nélida y Horacio.
Sus padres “adelantados para esa época”, estimaron que era importante que sus hijos estudiasen y para ello los alentaron e hicieron grandes esfuerzos.
En Cañuelas desarrolló la mayor parte de su vida, alternándola con su gran vocación: la docencia.
Culminada su escolaridad primaria en su querida escuela Nº 1 “D. F. Sarmiento”, emigró temporariamente a la Ciudad de Lomas de Zamora, donde como otras pocas jóvenes de esa época, permaneció pupila para estudiar el Magisterio en el Colegio “Inmaculada Concepción”. Muy joven comenzó a ejercer su profesión.
En  los inicios de la carrera docente, también daba clases particulares a una nombrada familia de la zona, los Estrada; para lo cual venía un remis a buscarla y luego a traerla.
Durante muchos años trabajó en la Escuela Nº 1 siendo maestra de 6º grado,  y mostrándose siempre preocupada para que los niños entraran preparados a la escuela secundaria.
También trabajó dando clases de Geografía en la Escuela Industrial y desde sus inicios  en la Escuela Normal Superior “J. M. Estrada”.
Poseedora de una personalidad fuerte pero siempre dando muestras de buen humor; conocedora de los jóvenes y de su vida, con sus ocurrencias, se acercaba a ellos.
En la clase su voz cobraba potencia en sus fluidas explicaciones sobre ríos, mares y montañas.
¡Y qué decir de las “lecciones” de aquella época!, eran toda una ceremonia y nadie se animaba a venirse “en blanco”.
Dicen quienes fueron sus alumnos: “si te veía el domingo dando la vuelta al perro, el lunes era una fija, seguro te llamaba”.
También la sensibilidad social fue un rasgo de su personalidad; silenciosa pero tesoneramente ayudaba a toda su familia, a las instituciones y a algún otro que llegaba en búsqueda de una mano solidaria.
La escuela, los alumnos, la enseñanza, su familia, fueron su pasión. A ellos dedicó sus desvelos y en ellos encontró también los momentos altos de felicidad.
Todos quienes han tenido la posibilidad de conocerla en cualquiera de sus roles, la recuerdan con una ecuación muy valiosa: sincero cariño y profundo respeto.