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9/2/11

Las ferreterías: el primer shopping






Si había un lugar por donde uno deseaba caminar lentamente, observando todo lo que allí se exponía para ir asociándolo a lo que hacía falta en la casa, a lo que necesitábamos para reparar “ese algo” importante que hacía tiempo estaba roto…. ese lugar era (y es) una ferretería. Los hombres ingresaban a esos comercios y tardaban tanto como las damas en la peluquería.
Ese proceso que sólo sucedía en los negocios de Don Pedro Uhalt, Somaet, Jaureguiberry o Casa Caeiro, donde podíamos pasarnos toda la mañana para traer “ese cuerito para la canilla de afuera, la de conectar la manguera”.
Las antiguas ferreterías que como una caja de Pandora abrían sus misterios mezclando desde un lavarropas a cientos de codos de distintos tamaños, llaves, tuercas, querosene suelto, nafta, aguarrás, aserrín, faroles a gas, con sus repuestos, picos y vidrios.
El sistema de ventas era personalizado, con un saludo al dueño, previo preguntar por la familia, se comenzaba con un necesito algo para…. y ahí se extraía del bolsillo o la bolsa -según el tamaño- la pieza rota (a veces ya reparada con alambre, o modificada para que tire un poco más) y el vendedor hacía la gran magia de colocar delante de nuestros ojos la maravilla brillante, la pieza que tanto dolor de cabeza nos traía por no comprarla nueva.
El vendedor nos miraba y sonreía satisfecho y después buscaba en el catálogo (un libro con los precios colocados en folios) siguiendo con el dedo la lista hasta llegar al importe.
Finalmente… si alcanzaba o no la plata era lo de menos. Llevalo, me lo pagás después, no te preocupes. Claro, era otra época.
Don Aníbal José Jaureguiberry, casado con la Señora Maria Luisa Cerrisola, trabajó de joven en la herrería de Juan Elgar. Formó una sociedad con Esteban Pruziennka, de nacionalidad rusa o polaca. Tenían de ayudante a un muchacho mudo, también polaco de nombre Pedro Poweriska. Durante muchos años siguió con su ferretería y carpintería en la calle Rivadavia al 700, hasta su jubilación.
La Casa Uhalt, era un comercio de ferretería y artículos de construcción, iluminación y tantísimas otras cosas. Era un gran local que estaba en calle Acuña entre Libertad y Rivadavia. Allí atendían don Pedro y Don Armando Uhalt, y su hermana, Elena Uhalt.
Entre otros empleados estuvieron Catalino Domínguez, Pedro Ferrandi, Hugo Arrieta, Chiche Cordeiro, Osvaldo Lanfranchi, Pedro Sosa, Don Ramón Jaime.
Ferretería, soguería, materiales de construcción, cerrajería, artículos para el hogar, en la esquina de 25 de Mayo y Libertad: la casa SOMAET.
Desde antes del año 1953, con pesadísimas persianas de enrollar que se subían y bajaban con una gruesa cadena (para lo cual se usaban guantes) todos los días abrió sus puertas hasta el mes de mayo del año 1995.
Los socios fundadores fueron: Juan Sorhobigarat e hijo, Pedro Etchar y Alberto. Después continuaron Pedro Sorhobigarat, Néstor Marrapati y Néstor Sorhobigarat (hijo).
Trabajaron allí el Sr. Reinaldo Putún y Elena Eyerbe (que era de la localidad de Navarro), Carlos Ramallo, Don Fraz, Juan García y en el Camión Juan Carlos Maestú.
Ya con signos de modernidad, de futuro, con sectores identificados y un gran mostrador que dividía el local a lo largo, en las calles Acuña y Libertad, estaba Casa Caeiro.
Fue fundada en 1936 por los hermanos Francisco, Ramón y Víctor Caeiro.

Con el tiempo, el negocio pasó a manos de «Nato», Julio y su socio «Machín» Bonavita.
Julio, más ocupado en las tareas administrativas era un hombre grande, afectuoso, que siempre encontraba tiempo para un abrazo a un amigo o a un conocido. Ñato estaba más atento siempre a tener en condiciones el local, arreglando cualquier desperfecto, preocupado siempre porque todo estuviera en condiciones.
Pero más allá de la personalidad de cada uno, sabían exactamente que hacía falta para cada consulta y buscaban con infinita paciencia lo que el cliente necesitara, así fuera un gasto de un peso o una gran compra.
De todas las ferreterías de antaño, Caeiro es la única que aún existe, aunque a mediados de los 90 se mudó sobre calle Acuña, a pocos metros del local original.
María Emilia Floriani
Anita Pfanckuche


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