Mascotas y callejeros
Era callejero por derecho propio
su filosofía de la libertad
fue ganar la suya sin atar a otros
y sobre los otros no pasar jamás…
su filosofía de la libertad
fue ganar la suya sin atar a otros
y sobre los otros no pasar jamás…
Alberto Cortez
El mundo se reparte -seguramente- en personas que aman a los
animales, en quienes los detestan y a quienes les resulta indiferente el trato
con los bichitos.
Existe el excesivo afecto hacia
los animales que en opinión de los expertos denota una cierta soledad de
amor en la vida de sus dueños, quienes reemplazan sus afectos humanos por los
de la mascota. En defensa de esta teoría, quienes adoran a sus pequeños (y no
tanto) amigos de dos o cuatro patas, se argumenta que los animales son fieles y
no traicionan…Que siempre dan afecto y no generan problemas ni conflictos.
También hay humanos que disfrutan golpeando, quemando o
lastimando gratuitamente a los animalitos.
En el medio, por suerte, existen
personas que aceptan la aventura de
tener una mascota, cuidarla como corresponde y proteger a los animales indefensos y abandonados.
Algunos recuerdos
Uno de los perros callejeros que
vivía en la plaza San Martín, una especie de galgo flaco de color caramelo
era el llamado CHULETA, manso y tranquilo y solía estar alimentado por los vecinos.
Recuerdo que en la época de las
“matinés” del Club Cañuelas, Chuleta esperaba a que se apagara el equipo de música para
subir la escalera de mármol y entrar a la pista.
El interés del pichicho no era el baile, sino las miguitas que quedaban de los panchos y
los alfajores.
Cómo no acordarse del caballo
que caminaba con su dueño, Bernardo, un muchacho bueno y alegre que
solía llevarlo tomado con una soguita, a su lado.
O los perros que acompañaban incansablemente a otro vecino,
“Frondizi” le llamaban. En los carnavales
este buen hombre se disfrazaba y daba vueltas y vueltas por el corso, año tras año,
mientras su salud se lo permitió. Y sus mascotas con él.
También había un perro negro,
peludo y manso que vivía en la puerta de la Municipalidad. En
las entradas y salidas de la gente, se las ingeniaba para colarse y buscar su lugar preferido, un rinconcito
debajo de un escritorio.
Historia de “Pata”
La llamábamos así porque era muy pequeñita, apenas un bollito amarillo, tembloroso y con unas
grandes patas. La encontramos una noche de lluvia al regresar a casa y se quedó
para siempre.
El apodo fue muy bien puesto ya
que en honor a él se hizo muy grande. A
veces esperaba la salida de los chicos de la escuela Estrada por la tarde a
través del tejido de alambre y entonces lo saltaba y se escurría a la calle a
través de la puerta cancel de la escuela, en medio de los guardapolvos blancos.
Como todo perro callejero que ha
sido adoptado conservaba una fidelidad absoluta
a los integrantes de la familia. A veces, hasta diría que se ponía
“celosa” de la gente desconocida que
llegaba y había que tener cuidado de que no se acercara lo suficiente. También
podemos decir que “celoso” es un término para los humanos, digamos entonces que su instinto no le permitía hacer nuevos amigos. Vivió con nosotros hasta que se murió de vieja.

Algunos poetas expresaron sus
sentimientos en sus versos, como por ejemplo:
Don ATAHUALPA YUPANQUI (Fragmento)
Trepó la sierra con luna
Cruzó los valles nevando
Cien caminos anduvimos
Mi alazán, te estoy nombrando.
Cruzó los valles nevando
Cien caminos anduvimos
Mi alazán, te estoy nombrando.
En una horqueta de un tala
hay un morral solitario,
y hay un corral sin relinchos,
mi alazán te estoy nombrando
Junto al estero del bajo,
lo encontré tendido,
casi al expirar,
me acerque muy lentamente,
y se lo quise explicar,
pero al verlo resignado,
me tembló la mano,
y me puse a llorar…
lo encontré tendido,
casi al expirar,
me acerque muy lentamente,
y se lo quise explicar,
pero al verlo resignado,
me tembló la mano,
y me puse a llorar…
Historia de Princesa
Esta cachorrita abandonada (o
nacida) en la calle comía un poquito en
cada casa, en cada vereda y rompía las bolsas de la basura.
En este invierno, especialmente
frío alguien le armó una caja grande en un porch. Ahí se cobijaba asomando
apenas su hocico mojado todas las noches.
A veces su amigo, un perro negro
grandote que jugaba en la plaza con ella intentaba entrar a la caja. Resultado:
al día siguiente había que reponer el refugio.
Se lo reforzó con madera, con plástico, con cartones
pero no resistía…
Tampoco resistían los humanos que
de a poco se fueron encariñando de sus
ojazos marrones que pedían caricias.
Nerviosa y arisca deseaba cariño pero se asustaba de todos los que la
tocaban. Debido al mal trato recibido en la calle tenía quemaduras y llagas en
su cuerpo.
Cintia (que un tiempo atrás no
quería saber nada de mascotas) se
enamoró de la perrita. La llamó Princesa. La llevó al veterinario, curó sus
heridas y la adoptó. Y hoy vive como su
nombre lo indica: una princesa.
Todavía tiene el estigma del mal
trato recibido. Todavía desconfía de algunos humanos. Hay que tenerle
paciencia. Pero al acariciarla y recibir un lengüetazo de cariño o un salto de
alegría al llegar, se llega a dudar de
que no tenga algún tipo de “sentimiento”, “sexto sentido”, afecto o como
quieran llamarlo.
La emoción de la devolución
desinteresada de una caricia, nos llena de placer, de felicidad.
Algo intangible, no definido,
algo especial se da y se recibe de estos animalitos cobijados de la calle. Tal vez no tienen los instintos tan “puros” de un animal
de raza, o sus cualidades de aprendizaje y entrenamiento, pero tienen un no sé
que de fidelidad y encanto que colma de alegría a quienes lo reciben.
Y hace más liviano el poco o mucho trabajo que dan. (Nada es gratis
en esta vida).
Princesa convive con India. (Refinada
e impecable caniche toy)
Ambas aprendieron una de otra. La
callejera, modificó sus costumbres de alimentación y necesidades básicas de
higiene (menos la ducha, todavía) y la pequeñita a ladrar y gruñir como un perro.
Todos tenemos un recuerdo
especial para nuestras mascotas. Vaya en estas líneas un homenaje pequeño a cada una de ellas.
Anita Pfannkuche.
ADEMAS DEL AMOR, UNA REALIDAD A TENER EN CUENTA
Si bien hay gente cuyo afecto y
solidaridad a los animales los ha
llevado a crear lugares de protección hacia ellos, la realidad nos dice que la
sobrepoblación de perros y gatos en abandono
cada vez aumenta más y se convierte en un problema social (y de riesgo).
Esto es un problema en todas las
ciudades. Hay falta de espacio y medios para mantenerlos. Ellos sólo necesitan
una familia que les ofrezca un hogar y la posibilidad de vivir.
Tampoco sirve “la buena obra” de
encontrar un cachorrito y llevárselo a la vecina del barrio, que adora los
animales. Eso no es ser “bueno”, es ser cómodo y no hacerse cargo del
encuentro.
La responsabilidad de cada dueño de perro o
gato en cuanto a la esterilización, puede significar una importante disminución en los índices de crecimiento de
animales en situación de calle. Tener una perrita sin castrar implica la responsabilidad de cuidar y mantener a las
crías hasta que éstas encuentren un hogar que pueda brindarles alimentación, seguridad
y cariño. Mientras eso sucede puede pasar mucho tiempo: semanas, meses o tal
vez nunca. Lo que representa gastos de vacunación, alimentación y cuidado. Y al
final, si no lo puede ubicárselo termina siendo un perro callejero.
Al mismo tiempo, increíblemente, muchas
familias que desean tener un perro para compartir sus vidas van a
comprarlo. Gastan a veces muchísimo
dinero en lugar de adoptar uno.
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