A veces parecemos reiterativos con algunos nombres de nuestros conciudadanos, pero ocurre que son gente que ha formado parte activa de nuestro pueblo pequeño, nuestras veredas, nuestros comercios, han sido integrantes de comisiones de bien público, entonces, es difícil no mencionarlos en estas páginas.
El sencillo objetivo de estos relatos, memorias, artículos (como quieran llamarlos), es el de recordar simplemente en una historia pequeña. Es un mimo a la memoria de los que caminaron antes que nosotros nuestro amado Cañuelas. Es escribir para que algún día un niño encuentre el nombre de su abuelo y se sorprenda gratamente o interprete con orgullo cuán querido era en la comunidad el tío, la tía o el vecino que no conoció.
Y así es la historia de Don Miguel Giannitti. El también tuvo su negocio de confección y compostura de calzado antes de dedicarse a las tareas que, con la continuidad de sus hijos y nietos, ahora es la gran Empresa Grabya.
Don Miguel era oriundo de un pueblo llamado San Mango Soul Calore, Avellino, en Italia. Allí ya tenía el oficio de zapatero y llegó a Argentina en el año 1949, con su esposa Teodora Fraschetti y sus hijos varones Chicho, Álvaro y Adolfo. La pequeña Sofía cruzó el mar en la panza de su mami. Don Miguel trabajaba y cantaba. Era feliz con su trabajo.
El local estaba en la calle Lara, justo al lado de la casa de la familia Fantino. Y qué les parece si contamos una travesura de Álvaro y Esteban; dos grandes amigos, muy pequeñitos en esa época. Sus camitas daban a la misma pared y se las habían ingeniado para hacer un pequeño agujero en la medianera para comunicarse y jugar cuando todos dormían (algo así como chatear, sin computadora).
En el afán de recordar zapaterías, no puede faltar la del Sr. Della Corte, tradicional en la esquina de Basavilbaso y Lara. Siempre amable, mirando por sobre sus anteojos, sacaba con paciencia infinita cantidades de cajas con calzados hasta que el cliente quedaba conforme con la compra.
Casa Guido, de Guido Sella, era una zapatería tradicional, siempre con el último grito de la moda. Estuvo ubicada primero en la esquina de Rivadavia y Del Carmen y luego en Libertad y Acuña. A veces, Don Miguel fabricaba las capelladas artesanales de las botas, trabajadas a lesna para el negocio de don Guido. Luego continuaron su hijo y su nuera al frente de la empresa.
El Sr. Márquez (trabajó en la zapatería de Don Guido) instaló luego en la calle Del Carmen y Rivadavia un moderno local propio, tenía una hija muy bonita que llamaba la atención por sus largos cabellos lacios y rubios.
Don Héctor Etcheguía, casado con Doña Nélida Casilda Cueto (“Tota” como la llamaban las amigas) trabajaba en la Galería Brignani (un lugar maravilloso en las fiestas de Navidad y Reyes cuando su propietario lo adornaba con luces y juguetes) y luego se empleó, en el año 1954, en la zapatería del Sr. Mindel, que además tenía al lado, una tienda. En el año 1961, el dueño de los locales, el Sr. Manolo López se enamoró de un Renault Dauphine 0 Km. que ofrecía la IKA Renault y cambió la propiedad por el automóvil.
Don Héctor lo pensó y repensó muchas veces. Buscó sus ahorros, que no alcanzaban, y un buen amigo Don Roberto Pelorosso no lo dejó en banda y le prestó unos tarros lecheros de 50 litros, repletos de monedas.
Con esa ayuda, compró la zapatería La Capital. La administró con gran éxito. Vendía zapatos de fino cuero y calzado deportivo. Fue uno de los primeros en traer raquetas, canilleras, rodilleras, muñequeras, patines, y además reparaban las pelotas de fútbol. Jorge Etcheguía, su hijo mayor, siguió sus pasos. Su otro hijo, Daniel se dedicó al rubro de martillero, explotando su propio negocio en la calle Del Carmen. Los empleados de la zapatería fueron la Srta. Fernanda Inella, el Sr. Ramón Revén, el Sr. .Sergio Rodríguez y el Sr. Daniel Del (Negrito Tula).
Néstor Gioyosa y Ana Ezeiza tuvieron su venta de calzado en la calle Libertad, y se llamó calzados Bárbara, con una línea exclusiva de calzado para damas.
Había también otro zapatero de compostura, sobre la calle San Martín, cuyo nombre no recordamos, muy atento, muy amable y sobre todo muy cumplidor con las fechas de entrega.
El Sr. Marchioni, casado con la Sra. Teresa Guidobono fabricaba zapatos para una empresa de Buenos Aires. Tenía su taller en su casa en la calle Lara y Florida, frente a la plaza Belgrano.
En la calle San Vicente estaba el Sr. Morando. Mientras trabajaba, cantaba y silbaba. Usaba un largo guardapolvo gris y en las paredes del taller estaban colgados pósters invitando a bailes con la orquesta típica Morando. Este señor bonachón y amigable tenía una orquesta junto con el Negro Cartasegna (que después se abrió con su Combo Maravilla) y con el señor Sevillano en la guitarra . Y en la puerta de la zapatería: el auto, con el que los fines de semana se convertían en músicos, acarreando equipos, instrumentos y parlantes.
El sencillo objetivo de estos relatos, memorias, artículos (como quieran llamarlos), es el de recordar simplemente en una historia pequeña. Es un mimo a la memoria de los que caminaron antes que nosotros nuestro amado Cañuelas. Es escribir para que algún día un niño encuentre el nombre de su abuelo y se sorprenda gratamente o interprete con orgullo cuán querido era en la comunidad el tío, la tía o el vecino que no conoció.
Y así es la historia de Don Miguel Giannitti. El también tuvo su negocio de confección y compostura de calzado antes de dedicarse a las tareas que, con la continuidad de sus hijos y nietos, ahora es la gran Empresa Grabya.
Don Miguel era oriundo de un pueblo llamado San Mango Soul Calore, Avellino, en Italia. Allí ya tenía el oficio de zapatero y llegó a Argentina en el año 1949, con su esposa Teodora Fraschetti y sus hijos varones Chicho, Álvaro y Adolfo. La pequeña Sofía cruzó el mar en la panza de su mami. Don Miguel trabajaba y cantaba. Era feliz con su trabajo.
El local estaba en la calle Lara, justo al lado de la casa de la familia Fantino. Y qué les parece si contamos una travesura de Álvaro y Esteban; dos grandes amigos, muy pequeñitos en esa época. Sus camitas daban a la misma pared y se las habían ingeniado para hacer un pequeño agujero en la medianera para comunicarse y jugar cuando todos dormían (algo así como chatear, sin computadora).
En el afán de recordar zapaterías, no puede faltar la del Sr. Della Corte, tradicional en la esquina de Basavilbaso y Lara. Siempre amable, mirando por sobre sus anteojos, sacaba con paciencia infinita cantidades de cajas con calzados hasta que el cliente quedaba conforme con la compra.
Casa Guido, de Guido Sella, era una zapatería tradicional, siempre con el último grito de la moda. Estuvo ubicada primero en la esquina de Rivadavia y Del Carmen y luego en Libertad y Acuña. A veces, Don Miguel fabricaba las capelladas artesanales de las botas, trabajadas a lesna para el negocio de don Guido. Luego continuaron su hijo y su nuera al frente de la empresa.
El Sr. Márquez (trabajó en la zapatería de Don Guido) instaló luego en la calle Del Carmen y Rivadavia un moderno local propio, tenía una hija muy bonita que llamaba la atención por sus largos cabellos lacios y rubios.
Don Héctor Etcheguía, casado con Doña Nélida Casilda Cueto (“Tota” como la llamaban las amigas) trabajaba en la Galería Brignani (un lugar maravilloso en las fiestas de Navidad y Reyes cuando su propietario lo adornaba con luces y juguetes) y luego se empleó, en el año 1954, en la zapatería del Sr. Mindel, que además tenía al lado, una tienda. En el año 1961, el dueño de los locales, el Sr. Manolo López se enamoró de un Renault Dauphine 0 Km. que ofrecía la IKA Renault y cambió la propiedad por el automóvil.
Don Héctor lo pensó y repensó muchas veces. Buscó sus ahorros, que no alcanzaban, y un buen amigo Don Roberto Pelorosso no lo dejó en banda y le prestó unos tarros lecheros de 50 litros, repletos de monedas.
Con esa ayuda, compró la zapatería La Capital. La administró con gran éxito. Vendía zapatos de fino cuero y calzado deportivo. Fue uno de los primeros en traer raquetas, canilleras, rodilleras, muñequeras, patines, y además reparaban las pelotas de fútbol. Jorge Etcheguía, su hijo mayor, siguió sus pasos. Su otro hijo, Daniel se dedicó al rubro de martillero, explotando su propio negocio en la calle Del Carmen. Los empleados de la zapatería fueron la Srta. Fernanda Inella, el Sr. Ramón Revén, el Sr. .Sergio Rodríguez y el Sr. Daniel Del (Negrito Tula).
Néstor Gioyosa y Ana Ezeiza tuvieron su venta de calzado en la calle Libertad, y se llamó calzados Bárbara, con una línea exclusiva de calzado para damas.
Había también otro zapatero de compostura, sobre la calle San Martín, cuyo nombre no recordamos, muy atento, muy amable y sobre todo muy cumplidor con las fechas de entrega.
El Sr. Marchioni, casado con la Sra. Teresa Guidobono fabricaba zapatos para una empresa de Buenos Aires. Tenía su taller en su casa en la calle Lara y Florida, frente a la plaza Belgrano.
En la calle San Vicente estaba el Sr. Morando. Mientras trabajaba, cantaba y silbaba. Usaba un largo guardapolvo gris y en las paredes del taller estaban colgados pósters invitando a bailes con la orquesta típica Morando. Este señor bonachón y amigable tenía una orquesta junto con el Negro Cartasegna (que después se abrió con su Combo Maravilla) y con el señor Sevillano en la guitarra . Y en la puerta de la zapatería: el auto, con el que los fines de semana se convertían en músicos, acarreando equipos, instrumentos y parlantes.
Anita Pfankuche
María Emilia Floriani
María Emilia Floriani
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