Los chicos ahora dicen: voy al “ciber”. Y en realidad es un kiosco con computadoras y juegos donde se unen ambientes de distracción y de trabajo, donde se dispone de gran variedad de dulces, gaseosas, inclusive cigarrería, y tarjetas telefónicas. Artículos absolutamente inexistentes en el año 1963, donde las pocas golosinas las vendía el almacenero. Envueltas en papel “de estraza” con dos rulitos en las puntas, apenas caramelos y algún que otro alfajor.
Recuerdo un kiosco, al que llamábamos “kiosco de madera” y que estaba en el andén de la estación, al reparo de un gran paraíso, pasando el puente. Las revistas de esa época -como Antena, Radiolandia, Patoruzito, el Tony, Tarzán y Para Ti- las colgaba el dueño en aquéllos hilos peludos de la época. En septiembre el kiosco estallaba por la florescencia del árbol que lo cobijaba y en invierno se adormecía con el peso de las bolitas amarillas.
Los diarios se llevaban a domicilio, igual que las revistas.
Era tan lindo recibir al canillita Don López o Don D´Amico trayendo el diario y avisando que “el jueves llega Billiken” o “Selecciones Escolares infantiles”, el lunes.
Aquel primer “kiosco” del que mucha gente de Cañuelas se debe acordar estaba en la punta de la plaza principal, en Libertad y del Carmen, frente al Municipio.
En esa época cursaba segundo año de la escuela secundaria. El alumnado que viajaba vía ferrocarril, llegaba al establecimiento educativo con “chupetines”. Pero no eran los que conocíamos y comíamos, las paletas de colores redondas y chatas. ¡Eran los “famosos chupetines bolita”!
Fue una revolución en el Establecimiento Educacional, que en ese entonces no se llamaba escuela Estrada sino “Escuela Nacional Normal Mixta, Anexo Comercial José Manuel Estrada” de Avenida Libertad y Pedro Mozotegui
Fue un furor de estudiantes.
Tendré siempre presente los consejos a los alumnos del vicedirector, Sr. Guzzetti, o las palabras de la Sra. Alicia Garavaglia, nuestra preceptora, por los “chupetines bolita”. Lo peligrosos que eran... que no correr con ellos en la boca, que no golpearse, que no traerlos a la escuela…. cosas que aún hoy recomiendo a mis nietos, las mismas precauciones.
Otro kiosco que no por guardadito ha dejado menos remembranzas fue el que administraba la Sra. Ceferina Amundarain, en el patio del establecimiento escolar. Allí cada recreo era una avalancha de chicos que buscaban con ansiedad las palmeritas, los pebetes y medias lunas que venían todas las mañanas recién hechas de la panadería Cotón, en canastas de mimbre que acercaba Jorge Matreló a las ocho en punto. La picardía de algunos, la necesidad de otros -como decimos para disculpar a los que entraban por la noche a visitar el lugar- hizo que doña Ceferina se enojara mucho…. y entonces enrejó el kiosco. Parecía una pulpería.
-“Bueno, buenoooo”- decía muy seria, controlando que los mayores no pasaran por sobre los más chicos, tratando de ser justa con todos. Asimismo, siempre alguien salía ganando. Aquel que pedía un pedacito de nuestro pebete y con una bocaza enorme engullía más de la mitad.
Tempos difíciles. Las monedas eran las llamadas “moneda nacional de curso legal” y realmente valían lo que pesaban. Eran grandes y rompían los bolsillos. Con veinte centavos comprabas un montón de cosas, como para tres recreos, si no compartías.
No había vuelto. En realidad, lo que llevábamos a la escuela eran los vueltos de los mandados que le hacíamos a nuestros padres, escondidos o regalados.
¡Déme quince de caramelos y un alfajor! ¡Tengo diez, una vaquita Mu-mu, dos gallinitas y el resto caramelos Sugus! O una palmerita y basta. Si quedaban centavitos: eternos y famosos caramelos media hora.
¿Lo más caro? Tentadores de jamón y queso. ¿Gaseosa? Neuss y Mirinda, sólo eso.
¡Doña Ceferina tenía prohibido vender Chupetines Bolita!
Recuerdo un kiosco, al que llamábamos “kiosco de madera” y que estaba en el andén de la estación, al reparo de un gran paraíso, pasando el puente. Las revistas de esa época -como Antena, Radiolandia, Patoruzito, el Tony, Tarzán y Para Ti- las colgaba el dueño en aquéllos hilos peludos de la época. En septiembre el kiosco estallaba por la florescencia del árbol que lo cobijaba y en invierno se adormecía con el peso de las bolitas amarillas.
Los diarios se llevaban a domicilio, igual que las revistas.
Era tan lindo recibir al canillita Don López o Don D´Amico trayendo el diario y avisando que “el jueves llega Billiken” o “Selecciones Escolares infantiles”, el lunes.
Aquel primer “kiosco” del que mucha gente de Cañuelas se debe acordar estaba en la punta de la plaza principal, en Libertad y del Carmen, frente al Municipio.
En esa época cursaba segundo año de la escuela secundaria. El alumnado que viajaba vía ferrocarril, llegaba al establecimiento educativo con “chupetines”. Pero no eran los que conocíamos y comíamos, las paletas de colores redondas y chatas. ¡Eran los “famosos chupetines bolita”!
Fue una revolución en el Establecimiento Educacional, que en ese entonces no se llamaba escuela Estrada sino “Escuela Nacional Normal Mixta, Anexo Comercial José Manuel Estrada” de Avenida Libertad y Pedro Mozotegui
Fue un furor de estudiantes.
Tendré siempre presente los consejos a los alumnos del vicedirector, Sr. Guzzetti, o las palabras de la Sra. Alicia Garavaglia, nuestra preceptora, por los “chupetines bolita”. Lo peligrosos que eran... que no correr con ellos en la boca, que no golpearse, que no traerlos a la escuela…. cosas que aún hoy recomiendo a mis nietos, las mismas precauciones.
Otro kiosco que no por guardadito ha dejado menos remembranzas fue el que administraba la Sra. Ceferina Amundarain, en el patio del establecimiento escolar. Allí cada recreo era una avalancha de chicos que buscaban con ansiedad las palmeritas, los pebetes y medias lunas que venían todas las mañanas recién hechas de la panadería Cotón, en canastas de mimbre que acercaba Jorge Matreló a las ocho en punto. La picardía de algunos, la necesidad de otros -como decimos para disculpar a los que entraban por la noche a visitar el lugar- hizo que doña Ceferina se enojara mucho…. y entonces enrejó el kiosco. Parecía una pulpería.
-“Bueno, buenoooo”- decía muy seria, controlando que los mayores no pasaran por sobre los más chicos, tratando de ser justa con todos. Asimismo, siempre alguien salía ganando. Aquel que pedía un pedacito de nuestro pebete y con una bocaza enorme engullía más de la mitad.
Tempos difíciles. Las monedas eran las llamadas “moneda nacional de curso legal” y realmente valían lo que pesaban. Eran grandes y rompían los bolsillos. Con veinte centavos comprabas un montón de cosas, como para tres recreos, si no compartías.
No había vuelto. En realidad, lo que llevábamos a la escuela eran los vueltos de los mandados que le hacíamos a nuestros padres, escondidos o regalados.
¡Déme quince de caramelos y un alfajor! ¡Tengo diez, una vaquita Mu-mu, dos gallinitas y el resto caramelos Sugus! O una palmerita y basta. Si quedaban centavitos: eternos y famosos caramelos media hora.
¿Lo más caro? Tentadores de jamón y queso. ¿Gaseosa? Neuss y Mirinda, sólo eso.
¡Doña Ceferina tenía prohibido vender Chupetines Bolita!
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