CAÑUELAS, NOSTALGIAS DE BARRILETE…
El tema rescatado hoy de los años sesenta era armar el barrilete. Desde ese momento, comenzaba el disfrute.
Al igual que los bisabuelos, los abuelos y las generaciones que vinieron después.
Generalmente se hacía entre dos o tres niños. Al principio, con la ayuda de un mayor. Después, a pura experiencia y ganas de crear el mejor barrilete de todos.
Se armaban en el suelo. Primero había que preparar el lugar: limpio, amplio, sin hermanos chiquitos que molesten.
Todos los materiales a mano. El papel de barrilete se compraba en la casa de Don Godoy. Por ahí, a la vuelta de la fábrica de pastas La Nonna.
Se elegían los colores. Se pensaba en el modelo. A veces, se discutía previamente que si de Boca o River, que si de muchos colores o uno solo….
Tijeras, cuchillo filoso para cortar las cañas al medio. Ni muy anchas ni muy finitas… la medida era especialmente buscada un tiempo antes en el fondo de la casa del barrio donde hubiera un cañaveral. Generalmente al lado de los gallineros.
(Había uno justito en la esquina de la plaza)
Se juntaban a remontarlos en la plaza Belgrano y también en las canchitas o potreros.
Los hermanos Arburúa, los hermanos López, Pedro Alecini, Jorge y Daniel Etcheguía, Negrito Martínez, Negrito Tula… y un gran grupo de chicos se preparaban con tiempo para los meses de viento: julio y agosto.
Existía un modelo de seis lados, con una varilla horizontal y cruzada por dos verticales bien arqueadas, con un tiro de piolín para regularlas. Esta volaba bien alto, era bastante simple y llevaba tiras de papel pegadas a los costados.
Se llamaba (y se llama) estrella.
Había otro mucho más complicado que lo denominaban el cajón. Y otro, redondo, se llamaba “la bomba”.
(Lo increíble es que a partir de estos diseños generados por los niños del mundo, ayudados por mayores con alma de pequeños y espíritu creativo se dio origen a los modernos paracaídas con comandos para descenso de naves espaciales y ala deltas para transporte de personas con fines recreativos).
Volviendo a los juegos de Cañuelas. También se fabricaba el cometa. Era una figura trapezoidal, con cola hecha de pequeñas tiras de tela atadas entre sí donde, según nos cuenta este cañuelense se solía atar una hoja de gillette para cortar el hilo del otro barrilete con el que se competía.
Tenía gran movilidad y remontaba (según el viento, por supuesto) muy alto. Se estiraba el piolín casi 50 o 60 metros .
Cuando el viento era fuerte, el piolín común se reemplazaba por el “hilo choricero”
El papel barrilete se manejaba con cuidado en la construcción, porque suave y delicado se rompía con facilidad. Se realizaba la pegatina con engrudo y éste se pasaba con un pincel o simplemente, a dedo.
Otro tema era saber enrollar muy bien el hilo sobre un palito. ¡Que no fuera a fallar o a engancharse en el momento de “dar hilo”!
Hay muchos lugares en la Provincia de Buenos Aires donde aún se enseña a los chiquitos a armar y remontar sus barriletes. Ojala en Cañuelas se pudiera dar esta opción.
Se les dan a los interesados planos, se supervisa su construcción, se organizan concursos…
Y aunque parezca increíble, hay programas de computación que calculan el modelo, los tiros, todas las proporciones… por supuesto, para una competencia sofisticada.
Sin volar tan lejos, que lindo sería que se volviera a enseñar a los chicos a jugar con los barriletes. No los de plástico. Los otros. Los verdaderos. Aquéllos que cuando se cortaba el hilo y se iba lejos, lejos hasta un árbol o un cable imposible de rescatar, ahogaba en los ojos un lagrimón, y se volvía a casa a tomar la merienda con gusto a salado por la bronca.
Era tiempo de padres e hijos. De aire libre y sobre todo, alegría, buena voluntad y viento, muy necesario el viento…. Casi tan necesario como el tiempo compartido con los papás.
Anita Pfannkuche
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