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1/7/13

Cañuelas, nostalgias de barrilete....

CAÑUELAS,  NOSTALGIAS  DE BARRILETE…
 

El tema rescatado hoy  de  los años sesenta era armar el barrilete. Desde ese momento, comenzaba   el disfrute.
Al igual que  los bisabuelos, los abuelos y  las generaciones que vinieron después.
Generalmente se hacía entre dos o tres niños. Al principio, con la ayuda de un mayor. Después, a pura experiencia y ganas de crear el mejor barrilete  de todos.
Se armaban en el suelo. Primero había que  preparar el  lugar: limpio, amplio, sin hermanos chiquitos que molesten.
Todos los materiales a mano. El papel de barrilete se compraba en la casa de  Don Godoy. Por ahí, a la vuelta de la fábrica  de pastas La Nonna.
Se elegían los colores. Se pensaba en el modelo. A veces, se discutía previamente que si de Boca o River, que si de muchos colores o uno solo….
Tijeras, cuchillo filoso para cortar las cañas al medio. Ni muy anchas ni muy finitas… la medida era especialmente buscada  un tiempo antes en el fondo de la casa del barrio donde hubiera un cañaveral. Generalmente al lado de los gallineros.
(Había uno justito  en la esquina de la plaza)
Se  juntaban a remontarlos en la plaza Belgrano y también  en las canchitas o potreros.
Los hermanos Arburúa, los hermanos López, Pedro Alecini, Jorge y Daniel Etcheguía, Negrito Martínez, Negrito Tula… y un gran grupo de chicos se preparaban con tiempo para los meses de viento: julio y agosto.
Existía un modelo de seis lados, con una varilla horizontal y cruzada por dos verticales  bien arqueadas, con un tiro  de piolín  para regularlas. Esta volaba  bien alto, era bastante simple y llevaba  tiras de papel  pegadas a los costados.
Se llamaba (y se llama) estrella.
Había otro mucho más complicado que lo denominaban el cajón. Y otro, redondo, se  llamaba “la bomba”.
(Lo increíble es que a partir de estos diseños  generados por los niños del mundo, ayudados por mayores  con alma de pequeños y espíritu creativo  se dio origen a los modernos  paracaídas con comandos para descenso de naves espaciales  y ala deltas para transporte de personas con fines recreativos).
Volviendo a los juegos de Cañuelas. También se  fabricaba  el cometa. Era una figura trapezoidal, con cola hecha de pequeñas tiras de tela atadas entre sí donde, según nos cuenta este cañuelense se solía atar una hoja de gillette  para cortar el hilo del otro barrilete con el que se competía.
Tenía gran movilidad y remontaba  (según el viento, por supuesto) muy alto. Se estiraba el piolín casi 50 o 60 metros.
Cuando el viento era fuerte, el piolín común se reemplazaba por el “hilo choricero”
El papel barrilete se manejaba  con cuidado  en la construcción, porque suave y delicado  se rompía con facilidad.  Se realizaba la pegatina  con engrudo y éste se pasaba  con un pincel o simplemente, a dedo.
Otro tema era saber enrollar muy bien  el hilo sobre un palito. ¡Que no fuera a fallar o a engancharse en el momento de  “dar hilo”!

Hay muchos lugares  en la Provincia de Buenos Aires donde aún se  enseña a los chiquitos a armar  y remontar sus barriletes.  Ojala en Cañuelas  se pudiera dar esta opción.
Se les dan a los interesados planos, se supervisa  su construcción, se organizan concursos…
Y aunque parezca  increíble, hay programas de computación que calculan  el modelo, los tiros,  todas las proporciones… por supuesto, para una competencia sofisticada.
Sin volar tan lejos, que lindo sería que  se volviera a enseñar  a los chicos a jugar con los barriletes. No los de plástico. Los otros. Los verdaderos. Aquéllos que cuando se cortaba el hilo y se iba lejos, lejos hasta un árbol o un cable imposible de rescatar, ahogaba  en los ojos un lagrimón,  y se volvía a casa a tomar la merienda con gusto a salado por la bronca.
Era tiempo de padres e hijos. De aire libre y sobre todo,  alegría, buena voluntad  y  viento, muy necesario el viento…. Casi tan necesario como el tiempo compartido con los papás.


Anita  Pfannkuche

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