Prepararse para ir a bailar: todo un acontecimiento en los cincuenta y los sesenta. No había permiso para salir todos los fines de semana. Con una vez al mes ya era mucho, así que imagínense los preparativos y las ganas que había para disfrutar ese día.
La previa era reservar la mesa. Más o menos a las dos de la tarde, la comisión del Club que organizaba el baile armaba un tablero con un plano y las ubicaciones disponibles alrededor de la pista. Entregaban un número y en el tablero, con chinches, quedaba clavada la reserva. Cuatro sillas de madera por mesa. Si se contaban las “percheronas” -madres o tías que acompañaban a las chicas- generalmente eran dos mesas por grupo.
A las muchachas que ya tenían novio, no les interesaba tanto la ubicación. Las que no, trataban de tener bien a la vista la fila de jóvenes que se quedaban parados, unos al lado de otro, mirando para invitar a bailar con una leve inclinación de cabeza a la elegida.
Esta “cabezazo” como se solía decir, si era aceptado con una sonrisa, hacía que el joven se acercara a la mesa a buscar a la agraciada. De lo contrario, era ignorado completamente, a veces por consejo o prohibición de las mayores que acompañaban a las jóvenes, otras veces porque no era lo que se buscaba. Y sí, a veces, existían las “listas negras”. Porque era un hombre separado, bebía un poco más de la cuenta, tenía fama de mujeriego, etc., todo esto hacía que en un pueblo como el nuestro, en el que todos se conocían, las madres impusieran su celosa custodia.
Por eso, los “forasteros” eran sumamente codiciados.
Los bailes en el Club Cañuelas, famosos por su salón con piso de parquet, mesas de madera, la escalera imponente, el sonido que llamaba desde los ventanales.
Uno de sus DJ, el Sr. Roberto Ponce, en una cabina al lado de la escalera, se lucía organizando la música de manera que el ánimo fuera “in crescendo”, y se rompiera el hielo con las primeras parejas que salían a la pista. Famosos bailes con tangos inmortales como la música de Alfredo de Angelis, y luego los carnavales cariocas.
El Club San Martín, con un gran escenario de cortinados rojos -cuando aún estaba sobre calle Libertad- presentando a Alberto Castillo en vivo, con su cuerpo de bailarines de candombe. En el buffet del club estaba el matrimonio de Berta y Aníbal Pintos, entre otros.
La Sra. Rosa Martínez de Parra y el Sr. Tito Parra, también fueron conserjes y ocuparon la vivienda que cedía la institución (un gran ambiente y un sobre piso con escalera, muy cómodo). Trabajaron allí hasta se trasladaron al Club Estudiantes.
El Club Juventud con la memorable actuación de Sandro y los de Fuego. Todavía algunos recuerdan su ajustado pantalón negro con botamagas Oxford, camisa roja de seda desprendida y atada a la cintura con un lazo, cabellera larga y una gran cadena con medalla dorada y anillo de sello en el dedo meñique. Completaba su atuendo bota cortas con tacos tipo flamenco, y su primera canción: “Quiero llenarme de ti”.
El Club Estudiantes y una gran orquesta: Juan D´Arienzo con trajes claritos, camisa blanca, corbatas rojas y sus cantores: Echagüe, Laborde y el tema más pedido: “El Tarta”.
El salón espacioso permitía una gran pista donde se bailaba con comodidad.
Las bebidas de moda de esa época eran el licor de anís, Hesperidina, Bidú cola, naranja Crush, Tío Paco, Mirinda y porroncito de cerveza.
Los bailes en la Sociedad de Fomento Sargento Cabral. La pista era a cielo abierto, sin techo. Muy romántico, bailar mirando las estrellas. Pero también a medida que pasaba la noche y “caía el sereno” al regresar a la mesa -redonda y de chapa- era necesario secar la silla (también de chapa) con un pedacito de toalla, disimuladamente.
El baile allí se apodaba “la tierrita” por la polvareda que se levantaba al paso de los danzantes. Después, la comisión directiva construyó lo que para le época fue un asombro: la pista circular de cemento. Alguno de los conserjes, Sr. Rospide, Sr. “Pale” Miguenz y Sr. Prado.
Las chicas (no se usaban los pantalones todavía) llevaban en la cartera… ¡otro par de medias de nylon!, ya que se consideraba espantoso tener las medias “corridas”, y con sillas de madera, era casi imposible salir indemne.
Los varones, de rigurosa saco, camisa y corbata. Zapatillas… ni soñar.
“La Térmica” era un lugar de encuentro diferente. Se asemejaba una boite o como llamaríamos ahora, un Pub.
Se escuchaba rock nacional, también los Beatles y Stones, Los Iracundos Raphael, Roberto Carlos, Salvatore Adamo, Nicola Di Bari. También había cantores en vivo, entre los que todavía se recuerda la presentación de José Larralde.
La previa era reservar la mesa. Más o menos a las dos de la tarde, la comisión del Club que organizaba el baile armaba un tablero con un plano y las ubicaciones disponibles alrededor de la pista. Entregaban un número y en el tablero, con chinches, quedaba clavada la reserva. Cuatro sillas de madera por mesa. Si se contaban las “percheronas” -madres o tías que acompañaban a las chicas- generalmente eran dos mesas por grupo.
A las muchachas que ya tenían novio, no les interesaba tanto la ubicación. Las que no, trataban de tener bien a la vista la fila de jóvenes que se quedaban parados, unos al lado de otro, mirando para invitar a bailar con una leve inclinación de cabeza a la elegida.
Esta “cabezazo” como se solía decir, si era aceptado con una sonrisa, hacía que el joven se acercara a la mesa a buscar a la agraciada. De lo contrario, era ignorado completamente, a veces por consejo o prohibición de las mayores que acompañaban a las jóvenes, otras veces porque no era lo que se buscaba. Y sí, a veces, existían las “listas negras”. Porque era un hombre separado, bebía un poco más de la cuenta, tenía fama de mujeriego, etc., todo esto hacía que en un pueblo como el nuestro, en el que todos se conocían, las madres impusieran su celosa custodia.
Por eso, los “forasteros” eran sumamente codiciados.
Los bailes en el Club Cañuelas, famosos por su salón con piso de parquet, mesas de madera, la escalera imponente, el sonido que llamaba desde los ventanales.
Uno de sus DJ, el Sr. Roberto Ponce, en una cabina al lado de la escalera, se lucía organizando la música de manera que el ánimo fuera “in crescendo”, y se rompiera el hielo con las primeras parejas que salían a la pista. Famosos bailes con tangos inmortales como la música de Alfredo de Angelis, y luego los carnavales cariocas.
El Club San Martín, con un gran escenario de cortinados rojos -cuando aún estaba sobre calle Libertad- presentando a Alberto Castillo en vivo, con su cuerpo de bailarines de candombe. En el buffet del club estaba el matrimonio de Berta y Aníbal Pintos, entre otros.
La Sra. Rosa Martínez de Parra y el Sr. Tito Parra, también fueron conserjes y ocuparon la vivienda que cedía la institución (un gran ambiente y un sobre piso con escalera, muy cómodo). Trabajaron allí hasta se trasladaron al Club Estudiantes.
El Club Juventud con la memorable actuación de Sandro y los de Fuego. Todavía algunos recuerdan su ajustado pantalón negro con botamagas Oxford, camisa roja de seda desprendida y atada a la cintura con un lazo, cabellera larga y una gran cadena con medalla dorada y anillo de sello en el dedo meñique. Completaba su atuendo bota cortas con tacos tipo flamenco, y su primera canción: “Quiero llenarme de ti”.
El Club Estudiantes y una gran orquesta: Juan D´Arienzo con trajes claritos, camisa blanca, corbatas rojas y sus cantores: Echagüe, Laborde y el tema más pedido: “El Tarta”.
El salón espacioso permitía una gran pista donde se bailaba con comodidad.
Las bebidas de moda de esa época eran el licor de anís, Hesperidina, Bidú cola, naranja Crush, Tío Paco, Mirinda y porroncito de cerveza.
Los bailes en la Sociedad de Fomento Sargento Cabral. La pista era a cielo abierto, sin techo. Muy romántico, bailar mirando las estrellas. Pero también a medida que pasaba la noche y “caía el sereno” al regresar a la mesa -redonda y de chapa- era necesario secar la silla (también de chapa) con un pedacito de toalla, disimuladamente.
El baile allí se apodaba “la tierrita” por la polvareda que se levantaba al paso de los danzantes. Después, la comisión directiva construyó lo que para le época fue un asombro: la pista circular de cemento. Alguno de los conserjes, Sr. Rospide, Sr. “Pale” Miguenz y Sr. Prado.
Las chicas (no se usaban los pantalones todavía) llevaban en la cartera… ¡otro par de medias de nylon!, ya que se consideraba espantoso tener las medias “corridas”, y con sillas de madera, era casi imposible salir indemne.
Los varones, de rigurosa saco, camisa y corbata. Zapatillas… ni soñar.
“La Térmica” era un lugar de encuentro diferente. Se asemejaba una boite o como llamaríamos ahora, un Pub.
Se escuchaba rock nacional, también los Beatles y Stones, Los Iracundos Raphael, Roberto Carlos, Salvatore Adamo, Nicola Di Bari. También había cantores en vivo, entre los que todavía se recuerda la presentación de José Larralde.
María Emilia Floriani y Anita Pfannkuche
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